Por Martín Mérida
Dedico este escrito a Fernando Esteban Larrinaga Robles (Kurimael) el joven estudiante universitario del TEC de Monterrey, campus Guadalajara, quien al no perder su corazón de niño, renació más allá de la muerte el 20 de julio de 2014).
Si nos creemos a pie juntillas las palabras de Freud sobre que sólo en la muerte el hombre encuentra su liberación, olvidamos otras grandes y completas liberaciones que podemos lograr aquí en nuestra Tierra Madre. Maravillosa Madre parte del misterio subyaciendo en el cosmos en movimiento siempre. Y porque el tema de morir y liberarse no puede acotarse en una simple deducción racional. En efecto: pasar por el proceso de muerte (o de muertes) conlleva a la liberación de lo que morimos sin necesidad todavía de desaparecer de manera física (no sólo se muere de muerte biológica). Por consecuencia: logramos una gran liberación cuando caminamos jugando habiendo perdido el miedo a la muerte física. Muerte suma de todos los miedos según los filósofos existencialistas. Esa gran liberación de caminar jugando, habiendo perdido el miedo a la muerte, es una posibilidad impresa en cada ser humano. Desde esta perspectiva, pues, no todos tenemos la necesidad de dar por sentado aquello de que la única liberación se logra con la muerte entendida como desintegración total. No, ese no es un hecho insoslayable. No obstante, intento comprender la perspectiva freudiana dándole mérito si de ésta podemos deducir que millones de seres humanos sólo logran la liberación con la muerte física porque no encuentran otra salida al vivirse dentro del dolor muchas veces impuesto por el sentido del mundo donde se intenta convertir lo más bello en dinero y donde este último “brilla” a costillas de los más necesitados de justicia. En efecto, el mundo capitalista nos enclaustra y reduce a epifenómenos serios y sufrientes, obnubilando las posibilidades infinitas que constituyen a cada ser humano en su misterio.
Así, a pesar del mundo que se impone y donde muchos, debido a la crueldad de esta manera de ser mundo, aceleran su muerte física para liberarse del yugo: no podemos negar la existencia de extraordinarios seres humanos de caminar transfigurados toda vez que han recuperado su corazón de niño (mi amigo Esteban Robles a quien he dedicado este escrito fue sobre nuestra Madre Tierra uno de ellos) teniendo la certeza de ser eternos. Estos seres toman a la muerte física como proceso para adquirir otro cambio de frecuencia espiritual. Yo me sumo a estos últimos sin jactarme de nada. Y, por supuesto, lucho por caminar con la certeza de mi ser eterno. Porque, además: ¿Acaso la eternidad no late en todo y se manifiesta con múltiples y singulares detalles llevándonos a presentir, y no sólo a aspirar, la continuidad de lo bello incluso más allá de nuestra forma de vida?. Al respecto, y como bien respondió el Dalai Lama cuando alguien dudó de su certeza de la otra vida: “Si usted me demuestra que no hay otra vida, le daré la razón.”
Hay mucho para reflexionar tanto sobre la muerte, como del más allá en su relación con el más acá, no cabe duda, pues no son temas a dejar abandonados con un manotazo. No obstante, lo que aquí estoy queriendo subrayar es el proceso de liberación de la muerte. Liberación muy especial obtenida con el juego. En efecto, quien se olvida de jugar vive muerto. Desdichados son, entonces, los horizontes que, clavándose en lo meramente racional, han cerrado la puertas al juego siendo éste una medicina potente y sagrada para vivir en plenitud. Porque si el cosmos danza (y la danza es también un juego) y los dioses danzan porque al danzar se juega y el Gran creador, sobre quien tengo certeza de su existencia, vive jugando con su inmenso corazón de niño, ¿por qué no recuperar esa fuerza latiendo en cada uno de nosotros? ¿Por qué no trabajar, estudiar, pensar, soñar… jugando? O, al menos, ¿por qué no luchar para forjar un mundo donde retomemos la seriedad del juego, como lo pretendió el filósofo Friedrich Nietzsche, a pesar de esta forma de capitalismo que nos declara muertos vivos al someternos a la seriedad no del juego sino de lo estúpido?
Tratando de ser coherente con mis certezas, en cada uno de mis cursos con chicos y grandes (como siempre lo hice, por ejemplo, en mis 19 años de profesor universitario en el Tecnológico de Monterrey, campus Guadalajara) los juegos en que he persuadido a participar, no dejan de poseer resonantes consideraciones sobre ética cívica, aunque éstas a veces atañan al Desarrollo Humano, la Psicología, la Literatura; etcétera. Consideraciones tales como lo de la necesidad de las reglas y de la imprescindible presencia de los otros para sentir goce auténtico mientras se juega.
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