Hace algunos años leí del autor José Agustín el
libro “La panza del Tepozteco,” sin imaginar que otra vez estaría no sólo en la
panza sino en la cima de esta sagrada montaña ( el Tepozteco tiene 2,300 metros
sobre el nivel del mar y está situado a 600 metros sobre Tepoztlán). Pero en
esta ocasión subí junto a mis estudiantes y amigos alpinistas de Summit Pro.
(Por supuesto, recomiendo sin ataduras leer el libro de José Agustín, pues está
lleno de leyendas que nos hacen comprender la bella cosmovisión mexica respecto
a este lugar y, claro, es muy aconsejable visitar esta más que preciosa zona
arqueológica).
Subimos el Tepozteco como parte de las actividades
de senderismo comprendidas en nuestro proyecto de viaje de estudios en la
Semana de innovación (“Semana i”) que el Tecnológico de Monterrey, campus
Guadalajara, propicia para que los profesores organicemos actividades de
reforzar las competencias propias de los estudios universitarios. Hicimos,
pues, senderismo para, entre otros propósitos, comenzar a aclimatarnos y así
fluir en la aventura de subir al volcán Iztaccíhuatl que por cierto, subimos
dos días después.
Al inicio de la subida, por un camino de 2
kilómetros completamente verticales, nos sorprendió un árbol partido en dos por
un rayo. Partido de tal manera que conforma una puerta donde en medio pasa un
arroyo. Al ver la existencia feliz y de gran fuerza de este árbol partido, se
vinieron a mi mente muchas reflexiones y, remando entre ellas, me advino la
frase del filósofo Aristóteles: “La amistad es un alma que habita en dos
cuerpos.” En efecto, el árbol sobrevive gracias a que las dos mitades están
unidas por la raíz imperceptible al ojo humano debido al agua que la cubre.
En el camino hice sonar mi tambor con música y
canciones venidas desde mi corazón. Y, al regresar, ya en la noche, realizamos
una Ceremonia de Temazcal que resultó ultra-maravillosa. Pero la historia de
nuestro temazcal es otra historia.
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Amigos:
Estemos unidos siempre desde la raíz y que el agua
de la vida sea el principal motivo de caminar con dignidad.
Martín Mérida