Siendo corredor he
deseado participar en algunas carreras internacionales y una de ellas, es la
ya centenaria carrera de Boston que en días recientes transcurrió, como sabemos,
inmersa en el sufrimiento de las víctimas del lunes 15 de abril, para ser preciso.
No estuve ahí, pero tanto por fuerza empática como por fundamentales razones, puedo aseverar: cuando
no se respeta la humanidad impresa en un sólo ser humano, se lacera la
humanidad de todos –queramos afrontarlo o no— para quienes de manera humana
deseamos habitar el planeta; por supuesto. Por lo tanto, no estuve ahí; no obstante estuve. Y hoy esa tragedia se me hace más presente porque, por
razones deportivas, traigo puesta una camiseta obtenida en una carrera de diez
kilómetros donde se puede leer con claridad: “¿A qué sabe llegar a la
meta?” Letrero que hoy, 30 de abril de
2013: “Día internacional del Niño”, me sabe a dolor. Así me experimento porque
una interrogante exige una respuesta y, en ella, encuentro de manera latente y
circunspecta la mirada del niño Martin Richard, quien murió asesinado después
del estallido del segundo artefacto criminal puesto cerca de la meta justo en
la calle Boyler en el centro de Boston. Y aunque la forma de experimentar la
muerte le pertenece a cada quien en su distintiva realidad, no es difícil imaginarme
a ese niño de ocho años esperar a su padre. Papá quien, sin duda,
también pensó en su hijo al decidir correr los 42.195 kilómetros con emoción desbordada, pues junto a él tenía el proyecto de celebrar una meta
más entre todos los sueños que, sin duda, se habían propuesto cumplir. Meta
obstruida por quienes desde sus pesadillas, cifradas en un relativismo
trastocado, no llegan a la noción de condición de dignidad y mucho menos al
fondo solidario en el horizonte de la justicia.Quienes asesinan de manera real o simbólica no pueden comprender la fuerza de razones protegiendo, como posibilidad real, la autonomía de cada ser humano. Claro, viles como son, jamás tendrán la sensibilidad para percibir el misterio impreso en las singularidades (pues no todo se reduce a análisis kantiano). Por lo tanto: cifrados en su magia de extra-tierra, danzan en nombre de la escasez de argumentos. Se trata, entonces, de una madeja de estupidez para eliminar no importa a quien se cruce en su camino. Estas existencias sólo se permiten sufrir cuando su líder o chaman (con respeto a líderes o chamanes de otro tipo) lo autorizan; pues no se pertenecen como individuos libres. Por consecuencia, me atrevo a pensar: quien sólo hace lo que le dicta un Estado político, su chamán, su secta o su líder religioso (olvidando que tiene un cerebro): está vacío para mirar que la razón más poderosa es la Historia y no su Dios particular o su frenético esoterismo. Sí: sólo existencias vividas, de modo contrario a la razón, pudieron matar al niño de ocho años: Martin Richard.


