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domingo, 6 de febrero de 2011

Mi encuentro con Maru y Fefo (o algo sobre Uruguay en Guadalajara, Jalisco, México).

Maru y Fefo son existencias con capacidad de interrelación, pues se conducen hacia los otros sin violencia. Sin violencia sí, pero no viven en la paz de las charcas. Es decir, no despliegan sus alas en la conformista-acomodaticia ventana empañada de cristal. Fefo y Maru son jóvenes profesores de dar la cara por los niños sabiendo a pie juntillas que éstos no vinieron a este mundo a hacerle al tonto.


En la foto: Fausto Rafael Cházaro Pinto..

Estas joviales existencias nacieron en Uruguay, pero se trata de existencias cosmopolitas-éticas; es decir, aprendieron con el poeta Mario Benedetti la noción de patria:

Quizá mi única noción de patria
sea esta urgencia de decir Nosotros
quizá mi única noción de patria
sea este regreso al propio desconcierto.

Aprecio a Maru y a Fefo aunque sólo se instalaron en mi refugio unos días para contarse con los dedos de una mano; sólo unos días de este enero lúcidamente enropado en el 2011 (únicamente unos días sí, pero vuelvo a sentir: la eternidad se vive en un instante si --sin veleidosidades-- nos lo proponemos). Aprecio a estos uruguayos porque en algún instante de sus vidas posibles (la frase instante de sus vidas posibles, se la pedí prestada a mi amigo Mario Benedetti que desde el mas-acá-allá-más, me dijo: Tomála vos botija chiapaneco) volvieron a ser niños. Los aprecio –re-insisto-- como a todos a quienes sin miedo nombro amigos. Y porque, apreciables lectores, ese volverse niños es una empresa tan filosóficamente vedada para señorcitos y señorcitas enfrascados en una conciencia moral acomadada en la edad de los injustos, que uno puede darse cuenta de manera sobrada: los señorcitos y señorcitas viven la libertad como imposible y ahí nomás quedarán enterrados junto a sus cacharros.

Estos más que seres humanos (porque, ¿cuántos de quienes se dicen gente son en verdad humanos?) llamados Maru y Fefo, residen en Uruguay. Y Uruguay, como sabemos, fue cuna de indígenas tapes, arachanes, charrúas, chanaes, y guaraníes.
Me refiero a indígenas inmortales porque –lo afirmo de manera comprometida-- uno puede ver en el trasfondo de ojos uruguayos, abiertas ventanas europeas donde –gracias a la vida—nos encaran los indígenas. Creo que el escritor Eduardo Galeano, el venturoso viajero de escribir “Las venas abiertas de América Latina”--- estará de acuerdo conmigo; si así no fuera, pues puede hacérmelo saber para responderle con uno de sus escritos de “El libro de los abrazos”.

Maru y Fefo, con sus diferencias y coincidencias, se manifiestan con intereses propios de personas cuya opción es la inteligencia sentiente. Cuando dialogan, la carga emotiva deriva en política; pero, aunque uno no esté de acuerdo con algunos de sus centros y ángulos (no estar de acuerdo, a veces, con ciertos argumentos de los otros, es trayecto normal en el curso que atraviesa el horizonte posibilitador de la dialéctica) lo importante es el devenir revelándose en el diálogo; proceso delatándolos como corporalidades abiertas a aceptar la alteridad. En resumen: se trata de personas ya con vuelos de viajeros con la talla de Friedrich Wilhelm Heinrich Alexander Freiherr von Humboldt.

Me sentí muy bien con las presencias de Maru y Fefo y les ofrecí las habitaciones del corazón. ¿Acaso hay otras?.. Pero sobre el inmueble situado frente a un parque arboleado, pues les di las llaves a fin de que la libertad siga siendo libre. El inmueble, donde suelo habitar en horas para escuchar, es bello porque lo ahí reunido tiene el sentido de mi estar existiendo con la palabra libertad impregnada en todo su fondo y sus colores. Y lo que estoy existiendo (mi identidad narrativa sobre la que soy testigo ante Dios y ante quien se me pegue la gana. Me refiero aquí a mi identidad jamás cerrada y que seguiré construyendo, de ser posible, más allá de la muerte) no posee cerraduras. Mi verdadera casa soy yo. Lo anterior suelo ahora decírmelo en imperativo dentro de la resonancia del silencio: ¡Mi verdadera casa soy yo! En efecto, haber realizado ese sencillo, pero tremendo descubrimiento, sin falsa postura intelectual, me hace brotar la sonrisa. Y aquí debo reconocer que quien me guío a efectuar ese descubrimiento es mi amigo defensor de los Derechos Humanos: David Fernandez Dávalos, quien es un acompañante de Jesús el liberador (un auténtico jesuita, pues), quien con sus actos subraya que, como los niños, no vino a este mundo a hacerle al tonto.

Algunas veces acompañé a Maru y a Fefo en travesías (el viaje a Tapalpa fue excepcional y estuvo lleno de enigmas y milagros) vividos como acontecimientos experimentados con mi corporalidad situada tanto en el ahora, como en mi amanecer que recibió y sigue recibiendo aprendizaje de la noche más fuerte que la esperanza.

























Antes de terminar mi escrito, también agradezco a la antropóloga Astrid Pinto Durán (antropóloga comprometida con las causas justas en estos tiempos del crimen) por presentarme a personas casas para el recibimiento y no inmuebles con apariencias de gente. ¡Ah!.. También saludo con alegría a Mario un ex-jesuita que a decir de Maru y Fefo es una super-persona y fue quien, a la antropóloga Astrid, hizo la revelación de sus uruguayas presencias.

Un abrazo a mis lectores (en este dos mil once suman más de seis mil quienes me han visitado en mi casa blog: ¡Aleluya!). Un abrazo sin ambages ni cortapisas.