Y trata también de una divergencia mientras mi corporalidad convergía con la luz desprendida del cubano cuyas canciones llenas de compromiso social han sido compañeras solidarias del transcurrir de muchos sobre este mundo. Mundo que a veces desespera por su terca sumisión al poder y al estúpido fetichismo al dios dinero. Les dejo, pues, mi vivencia como un pequeño homenaje al poeta, al cantante; "al compañero de riesgos/ al de la victoria."
RÉQUIEM POR UN CELULAR
¿Te cuento un secreto?: Mi celular se ahogó. Sí, se le fue champú de cacahuanache por todo el cuerpo durante mi espera en la explanada de la Expo Guadalajara el día dos de diciembre del 2002; lugar donde acudí con tres horas de anticipación dispuesto a soportar el aletargamiento del tiempo con tal de mirar y escuchar a Silvio Rodríguez quien a las 8:30 de la noche cantaría acompañado de la Sinfónica Nacional de Cuba. En esa espera, ya tumbado en el suelo, me dispuse a agarrar como almohada mi mochila compañera inseparable en mis travesías; sin acordarme que en su panza reposaba mi celular junto algunos libros y útiles deportivos. Cuando la función dio comienzo y la presencia del cantante cubano calmó la desesperación de más de siete mil asistentes, nos dispusimos a escuchar el repertorio de la orquesta que tenía programada más o menos cuatro piezas musicales antes de ser compañera de nuestro querido poeta-cantante. Al finalizar la pieza musical “Canción de gesta” dirigida por el director Leo Brower, el tan esperado Silvio Rodríguez inició su propio repertorio con la canción “El problema”. Llegado ese momento, yo todavía no gestaba la idea de lo aconteciendo en el interior de mi mochila ya referida. Así, dejándome contagiar por el ambiente: salté y aplaudí a quien considero uno de los más grandes cantautores de Latinoamérica. Pero cuando Silvio cantó “¡Oh, melancolía!", me di cuenta de una tragedia: mi celular se estaba ahogando porque a la botella de champú de cacahuananche se le ocurrió destaparse para escurrir su propia manera de estar en esta fiesta sin importarle la alteridad del celular muchachito a quien afectaría de manera mortal. No fue divertido constatar la realidad innegable de ver a mi amigo muriéndose. Realidad llevándome a efectuar acciones desesperantes para tratar de rescatarlo de su muerte inminente. A él no le hubiera dicho: “Ojalá por lo menos que te lleve la muerte.”
Después de no tan larga travesía en taxi; al llegar a mi departamento primero recosté a mi celular bajo la lámpara del escritorio; de esa manera, al recibir el calor eléctrico, comenzó a echar burbujitas tanto por la boca como a través de su única oreja. Pasados algunos minutos, como no constaté mejora alguna, lo conecté a un contacto para alimentarlo de luz… ¡Ay, error humano el mío!: mi celular se quejó con maullidos cada vez más débiles. Después, le dio por parpadear y encender signos como groserías en lugar de mostrarme su anterior bello rostro. Me sentí responsable por mi manera equivocada de devolverle la salud, pero no me gustaron sus groserías, pues yo lo quería de verdad. Para quitarme la contrariedad a causa de sus groserías, lo abandoné un momento y al regresar con un café que ya sabía a velorio, el pobre celular se dispuso a relampaguear y todos sus botoncitos se encendían y apagaban con fosforescencia. Sentí, entonces, que estaba lloviendo en su interior e imaginé la sensaciones de tempestad experimentadas ahí adentro.
Al terminar de beberme el café dulce por amargo, me di cuenta de su muerte. En su pequeña pantalla apareció una grotesca almohadilla de esponja como diciendo: “Tan-tan: fin.” Horrorizado hablé a la distribuidora Pegaso para ver si podían resucitarlo: les recordé que obtuve un celular Pegaso porque ese nombre es muy poético y si lo compré fue a causa de las alas. Quien me atendió, como si fuera secretaria de algún hospital de gobierno, dijo: “ ¿Y? Aquí ni ahogados ni electrocutados son atendidos; ni piense que le daremos uno nuevo”. Esas palabras soltadas como latigazo me hicieron acordarme del día cuando me estaba muriendo y mi sangre (como si no fuera suficiente con la derramada en todos los siglos) iba mojando la calle y sólo dijeron en el IMMSS: “¿Y? Aquí ya no hay camas!”.. ¡Ah, mi pobre Pegaso muerto! ¿Para qué podrá servirme ahora su cuerpo negro e inerte? Creo que trataré de hacerle una necropsia con la intención de quitarle su esponjilla inservible para colocar en ese lugar una pequeña fotografía de cuando yo era niño… o quizás deje ahí un poema de mi libro La pasión según un hombre cualquiera.
¡Ah, no se me olvida la respuesta de la ahora Funeraria de Pegasos!. En una veterinaria por lo menos te consuelan al ofrecerte otra mascota cuando tu animal preferido ya no tuvo remedio. Pero así es este mundo cuando despoja la realidad del misterio. Por lo pronto estoy pensado en comprarme un diminuto celular en Telcel. No se escucha tan poético: Tél-cel… No; eso suena a mecánica. Pero no importa, muchas veces lo poético brota de lo no poético. Después de todo, uno a veces no sabe de dónde vendrá el verdadero socorro. Menos mal: aún está vivo el teléfono amigo común y corriente instalado en mi departamento; se trata del amigo al que a veces amordazan el fin de mes porque olvido que me cobran por su presencia mágica.
A continuación puede usted disfrutar de la canción SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO, cantada por el propio Silvio Rodríguez.