Por Martín Mérida
(Escrito en Guadalajara, Jalisco, el 13 de diciembre de 2016).
Pequeñas cosas me sostienen, con gran fuerza, no sólo
en los aciagos días donde muchas veces lo infame suele llegar en paquetes
grandes. Cosas pequeñas como el delfín de plástico que despierta a las manos
musicales de quien, a través de sus ojos, me recomendó nunca olvidar el cielo y su alegría en mis pasos por el mundo:
El cuarzo cristalizado que se dejó encontrar para
enseñarme a mirar en los seres ciudades de otros mundos. Las piedras como
aquella, regalo del amigo de sonrisa galáctica. Piedra vuelta lámpara para no
tropezar en lo oscuro. El medallón sagrado encomendado por un arcángel mientras
volaba a bendecir a quien se encontró a sí mismo. La oración de mi madre a
protegerme de maleficios. El beso de Alma (aquella vez sin tiempo) de hacerme
elevar a la galaxia donde abundan jardines de ternura. La señal de la cruz cada
día vuelta a marcar en mi frente por mi abuela aunque, con frecuencia, en el Cielo
esté muy ocupada. Señal para indicarme el lugar exacto de mi refugio donde me
aguarda un escudo. El libro con la dedicatoria de aquel sin nombre donde con
estrellas dice: “Para que siempre quieras ser poeta y escritor”. Los cuentos
venidos de los perros, gatos, aves, insectos, árboles, hierbas, elefantes…
cuando antes de acostarme pido al Gran Creador un regalo con su marca
distintiva. La canción otorgada en un sueño para no caer en la idea de estar
viviendo en vano. La música, los viajes, las montañas, y los libros de abrir
sus páginas a planetas distintos al sentido del mundo de lo indigno. El trébol
de cuatro hojas venido a mis manos desde el misterio donde mucho tiene que ver
el círculo sagrado (el Mandala que confeccioné hace 17 años) donde se ven muy
claros mis propósitos. ¡Vaya!... Son tantas mis pequeñas cosas como para
nombrarlas a todas por ahora. Son tantas que, bien mirado, habito en un palacio
sin medidas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario