El reloj sonó a las cinco
de la mañana y, después de una hora, presuroso me conduje al Tecnológico de
Monterrey. Al llegar, el sueño que cargaba no me dejó pensar los motivos de la
ausencia tanto de mis estudiantes, como
de mis compañeros de trabajo, hasta
que un guardia me aclaró que eran
las dos de la mañana. Maldije a mi reloj y decidí dormir acurrucado en el
pupitre como dejado a propósito en un pasillo. Después de largo tiempo sonó el timbre haciéndome
despertar sobresaltado y con la preocupación de haberme quedado dormido en la
intemperie del Tecnológico. Pero me encontraba sobre mi cama. Y mi reloj
despertador se carcajeaba ahora pretendiéndose alarma escolar.
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