Ayer martes 26 de agosto de 2014, día en que
quienes gustamos de la Literatura celebramos un siglo del nacimiento del
escritor argentino Julio Cortázar, rendimos homenaje a Fernando Esteban Larrinaga Robles en el “Comedor Ejecutivo” del Tecnológico de Monterrey, campus
Guadalajara, pues Fernando Esteban fue estudiante de la carrera de “Diseño y arte digital” en esa institución
universitaria. El homenaje se ofreció debido a
que apenas el día 20 de julio mi joven amigo trascendió este mundo para
convertirse en un Ángel de Luz y, gracias a sus méritos, también en estrella de iluminar nuestro camino.
Debido a su entrega
apasionada por el arte, no dudo que Esteban pudo haber escrito muchos libros;
no obstante, a sus 22 años ya había logrado lo que cualquier escritor
consagrado desea intensamente: escribir un excepcional libro con su propia
vida. No dudo que Julio Cortázar logró este objetivo a decir de sus amigos más
cercanos que –dicho sea de paso—ya están reunidos con él ahí donde no hay más muerte: Alejandra
Pizarnik, Octavio Paz, Julio Silva y Carlos Fuentes.
Ahora que en mi corazón
late fuerte Fernando Esteban, pues además de haber sido uno de mis estudiantes,
nos convertimos en amigos para toda la eternidad, miro con asombro algunos
paralelismos que su personalidad comparte con el escritor argentino: es delgado
y alto, valora la amistad como un aspecto fundamental de la vida; es apasionado
por el arte, dice cuestiones esenciales
incluso cuando no habla. Claro, Fernando
Esteban posee aspectos en su marcada y
noble personalidad que lo hace único e irrepetible (es músico, deportista,
dibujante, lector, afable; terapeuta, místico, ama meditar, sabe escuchar, lee
los silencios de los otros;
etcétera). Al llegar a este
rubro, debo confesar que el lunes 25, durante la noche, mientras en mi
imaginación escribía un boceto de lo que al día siguiente diría en la ceremonia ofrecida a mi amigo,
estaba lejos de recordar lo de los cien años de Cortázar, pero quizás mi
inconsciente nunca olvidó este
acontecimiento porque lo primero a advenirse a mi mente para sintetizar mis
palabras de describir mi amistad con Fernando Esteban, fueron las propias de Cortázar en su novela
“Rayuela”: “andábamos sin buscarnos,
pero sabiendo que andábamos para encontrarnos..” Yo soy amigo de los libros de Cortázar (me
hubiera gustado tener la suerte de ser uno de sus amigos personales) y soy
amigo personal (¡a Dios doy gracias!) de Fernando Esteban Larrinaga Robles. Digo
soy amigo, en tiempo presente, porque nuestras amistad está latente, pues yo no
creo en la muerte y Fernando Esteban, mucho menos. En efecto, fue hace cuatro
años en el curso de verano sobre “Ética, persona y sociedad” cuando la vida
comenzó a develarme el rostro de Fernando Esteban Larrinaga Robles (luego de un
tiempo, mi amigo se auto-dominó como Esteban y, entonces, dijo: desde ahora me
llamó sólo Esteban, pero tú como eres amigo me puedes continuar diciendo Fer)
con quien forjé una amistad profunda distinguida por compartir, ante y sobre las
pretensiones de lo efímero, nuestra recalcitrante necesidad del arte, la
lectura, el deporte, y la meditación que pone en juego nuestra imaginación para
lograr lo imposible. Ahora, desde el
horizonte del corazón (que también tiene sus razones como solía decir el
filósofo Blaise Pascal) puedo afirmar que nuestra amistad se forjó desde todos los tiempos y más allá
de todos los tiempos y las diferencias de edades fueron rebasadas desde el
primer instante porque la juventud no tiene edad y somos demasiado breves sobre
la tierra para desgastarnos en el pequeño mundo de los conflictos
generacionales en el que se desgastan quienes giran alrededor de lo vano y sus
pretensiones. En resumen como escribió Julio Cortázar en el capítulo 1 de
“Rayuela” y en la frase que ya adelanté en este escrito: "andábamos sin
buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos...” Sí, mi amistad con Fer comenzó concretamente
luego de que junto a un grupo también de amigos y estudiantes de nuestra
institución nos sorprendiera la noche en una de las partes más altas del volcán
Nevado de Colima, cima desde donde iniciamos una ceremonia meditativa para
cantarle y bendecir a las estrellas. Ahora, mediante el constante ejercicio de
darme cuenta, puedo afirmar con certeza
que Esteban se ha convertido para mí en una estrella quien desde su altura me
dice las palabras que el principito
dijera al aviador antes de regresar a su planeta, en la pequeña novela
(que en verdad es un poema) “El
principito” de Antoine de Saint Exupery:
“Cuando por las noches mires al cielo, al pensar que en una de aquellas
estrellas estoy yo riendo, será para ti como si todas las estrellas riesen.”
Luego de la ceremonia ofrecida a mi amigo, su mamá Dolores Robles, quien es también una de mis fundamentales amigas, me concedió el altísimo honor de darme
destellos de luz del cuerpo de Esteban. Digo destellos de luz en lugar de la
palabra cenizas porque el cuerpo de Esteban, que está más allá de la mera
bioquímica, ahora resplandece más vivo que nunca. Mientras Dolores me daba los
destellos de luz, me sentí investido para una misión de las más altas sobre la
que luego hablaré, pues para Esteban tengo bancos de escritos.
Amigos: otra vez deseo
compartirles la carta que escribí luego de enterarme de la noticia sobre la
transcendencia de mi amigo que lo transfiguró tanto en un ángel de luz como en
una estrella:
AMIGO ESTEBAN LARRINAGA
ROBLES: ME ENCUENTRO CONTIGO MÁS ALLÁ DE UN SALTO CUÁNTICO
El lunes por la tarde
(y tal vez unos pocos días antes) sentí
un vacío inexplicable en mi corazón
presintiendo cómo una presencia muy amada había trascendido más allá de
lo humano. Pero hasta ese momento no
sabía que se trataba de ti, Esteban
quien llenó de luz sublime- especial
de amor fraterno mis días de ser profesor en el Tecnológico de
Monterrey. Porque dentro y más allá de mi espacio laboral, tu más allá de
cósmica presencia me acompañaba con el ritmo de ese libro sobre el cual hiciste
vida los acuerdos. Incluso, –debo afirmar--
los hiciste vida más allá de ellos porque tú eras para mucho:
1. "Sé impecable
con tus palabras".
2. "No te tomes
nada personalmente".
3. "No hagas
suposiciones".
4. "Haz siempre tu
máximo esfuerzo".
Luego, entonces, te
convertiste para mí en un extraordinario fenómeno más allá del Éverest y no sólo por nuestras trepadas al volcán
Nevado de Colima; claro que no. Sino y, además, por los encuentros en aquellas ocasiones de platicar cosas de amigos (¿qué
no se le cuenta a un amigo? -me decías con sonrisa no tan sólo CÓSMICA-- y por
eso ahora me sé hasta los recovecos del día de tu nacimiento) mientras
compartíamos el desayuno donde solíamos dividirnos la comida para enriquecer
más de nutrientes los alimentos. (Al respecto,
algunas miradas superficiales-monstruosas, tal vez nunca habrán de saber
que la amistad no sabe de fronteras ni de límites de edades). Sí, en
consecuencia: algunas miradas aviesas no sabrán cómo la verdadera amistad
requiere cósmica altura y de unidad
definitiva con lo divino, como tú la poseías y ahora la posees por completo (mi
grandiosa montaña-amigo Esteban) mucho más transfigurada. En efecto, tú sabias corresponder a la amistad
ultra tiempo y espacio. Porque, a pesar
de las inevitables ausencias físicas,
permanecía conmigo tanto tu abrazo puntual, como tu pensamiento amigo,
mediante el correo electrónico, el
facebook, el teléfono o la telepatía: porque cuando hay verdaderos encuentros,
nos acontecen increíbles fenómenos a pesar de lo que digan los de poca fe. Y cuando llegabas, al mirarte,
sentía que Dios de bondad infinita me regalaba la tremenda gratitud de su
presencia.
Te estoy hablando en
tiempo pasado (amigo, perdóname). Sí, te
estoy hablando en tiempo pasado porque
tu partida apenas el día 19 de julio, fue de tal osadía elevándote tanto- tanto
y tanto para siempre, que inevitablemente, mi corazón sintió un tremendo y
terrible derrumbe porque fue imposible no sentir el sismo de un sol en
movimiento antes no experimentado.
Amigo: el mar del
poblado de Bucerías en Nayarit se convirtió en un bello perro (tú también amas a los perros ni modo que no
) y fiel lo seguiste hasta una de sus profundidades para servirte de escalera al cielo donde siempre has sido uno de
sus ciudadanos. Amigo: te estoy hablando en pasado para aligerar mi dolor
renaciendo en la eternidad del presente donde habrás de permanecer más allá de
la muerte. ¿Te acuerdas?: nos quedó
pendiente otra subida al volcán Nevado de Colima en cuya cima habríamos de
depositar algunas cenizas de tu papá quien, también, siempre deseó subir al
volcán con nosotros. Nos hizo falta también emprender la subida tanto al Machu Picchu, como al Volcán del Tacaná. No importa, de todas maneras subiremos esas
cumbres desde una perspectiva más allá
de la lógica.
Amigo músico, amante de
la clásica música (e intérprete de música)
seguidor de los Beatles, de Bon Iver (la canción FLUME, siempre se la dedicó a su mamá Lolis) de la música clásica, de las canciones del Mago de Oz; etcétera. Sí: Esteban
deportista, Esteban montañista, Esteban yogui, Esteban reflexivo y meditativo, Esteban
viajero, Esteban intelectual-espiritual,
Esteban lector y guerrero; Esteban arcángel por no juzgar a nadie,
Esteban estudiante de " Animación y Arte digital", Esteban parecido a un pájaro quetzal, pero
con muchos más cantos que setecientas voces.
Con tus 22 años (te conocí a partir de tus 17 años) en tu paso por el
Tecnológico de Monterrey aunque
oficialmente el profesor fui yo,
te constituiste en uno de mis más apreciables queridos, grandiosos y
amados maestros. ¿Qué podría, por consecuencia, decirte si ya eres parte no sólo de la luz; sino del misterio insondable más allá de la
luz?..
¿Sabes?... conservo la
piedra; la pequeña piedra cuando pensaste en mí en una de tus inmersiones en
aquel matiz del mar de Cancún de hace
tres años:
“Martín: te aviso que
al llegar a Cancún me meteré al mar y tocaré el fondo hasta hallar una piedrita
para ti que te sea tan cabrona que recuerdes para toda la vida que subimos
juntos el Nevado.
Recibe un abrazo de los
más grandes.
Tu amigo Esteban.”
Conservaré
la piedra ahora convertida en sacramento recordándome que, a pesar de los monstruos alucinados del
mundo, subsistimos como humanos gracias (¡y por fortuna!) a que la Madre Tierra también da a luz a seres como tú.
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