miércoles, 27 de agosto de 2014

FERNANDO ESTEBAN LARRINAGA ROBLES, EN SU CAMNAR SOBRE LA TIERRA, ESCRIBIÓ UN BELLO LIBRO CON SU VIDA



Ayer  martes 26 de agosto de 2014, día en que quienes gustamos de la Literatura celebramos un siglo del nacimiento del escritor argentino Julio Cortázar, rendimos homenaje a Fernando Esteban Larrinaga Robles en el “Comedor Ejecutivo” del Tecnológico de Monterrey, campus Guadalajara, pues Fernando Esteban fue estudiante de la carrera de “Diseño y arte digital” en esa institución universitaria. El homenaje se ofreció debido a  que apenas el día 20 de julio mi joven amigo trascendió este mundo para convertirse en un Ángel de Luz y, gracias a sus méritos, también en  estrella de iluminar nuestro camino.

Debido a su entrega apasionada por el arte, no dudo que Esteban pudo haber escrito muchos libros; no obstante, a sus 22 años ya había logrado lo que cualquier escritor consagrado desea intensamente: escribir un excepcional libro con su propia vida. No dudo que Julio Cortázar logró este objetivo a decir de sus amigos más cercanos que –dicho sea de paso—ya están reunidos con él  ahí donde no hay más muerte: Alejandra Pizarnik, Octavio Paz, Julio Silva y Carlos Fuentes.
 
Ahora que en mi corazón late fuerte Fernando Esteban, pues además de haber sido uno de mis estudiantes, nos convertimos en amigos para toda la eternidad, miro con asombro algunos paralelismos que su personalidad comparte con el escritor argentino: es delgado y alto, valora la amistad como un aspecto fundamental de la vida; es apasionado por el arte, dice  cuestiones esenciales incluso cuando no  habla. Claro, Fernando Esteban posee aspectos en  su marcada y noble personalidad que lo hace único e irrepetible (es músico, deportista, dibujante, lector, afable; terapeuta, místico, ama meditar, sabe escuchar, lee los silencios de los otros;  etcétera).  Al llegar a este rubro, debo confesar que el lunes 25, durante la noche, mientras en mi imaginación escribía un boceto de lo que al día siguiente  diría en la ceremonia ofrecida a mi amigo, estaba lejos de recordar lo de los cien años de Cortázar, pero quizás mi inconsciente nunca  olvidó este acontecimiento porque lo primero a advenirse a mi mente para sintetizar mis palabras de describir mi amistad con Fernando Esteban,  fueron las propias de Cortázar en su novela “Rayuela”:  “andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos..”  Yo soy amigo de los libros de Cortázar (me hubiera gustado tener la suerte de ser uno de sus amigos personales) y soy amigo personal (¡a Dios doy gracias!) de Fernando Esteban Larrinaga Robles. Digo soy amigo, en tiempo presente, porque nuestras amistad está latente, pues yo no creo en la muerte y Fernando Esteban, mucho menos. En efecto, fue hace cuatro años en el curso de verano sobre “Ética, persona y sociedad” cuando la vida comenzó a develarme el rostro de Fernando Esteban Larrinaga Robles (luego de un tiempo, mi amigo se auto-dominó como Esteban y, entonces, dijo: desde ahora me llamó sólo Esteban, pero tú como eres amigo me puedes continuar diciendo Fer) con quien forjé una amistad profunda distinguida por compartir, ante y sobre las pretensiones de lo efímero, nuestra recalcitrante necesidad del arte, la lectura, el deporte, y la meditación que pone en juego nuestra imaginación para lograr lo imposible.  Ahora, desde el horizonte del corazón (que también tiene sus razones como solía decir el filósofo Blaise Pascal) puedo afirmar que nuestra amistad  se forjó desde todos los tiempos y más allá de todos los tiempos y las diferencias de edades fueron rebasadas desde el primer instante porque la juventud no tiene edad y somos demasiado breves sobre la tierra para desgastarnos en el pequeño mundo de los conflictos generacionales en el que se desgastan quienes giran alrededor de lo vano y sus pretensiones. En resumen como escribió Julio Cortázar en el capítulo 1 de “Rayuela” y en la frase que ya adelanté en este escrito: "andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos...”  Sí, mi amistad con Fer comenzó concretamente luego de que junto a un grupo también de amigos y estudiantes de nuestra institución nos sorprendiera la noche en una de las partes más altas del volcán Nevado de Colima, cima desde donde iniciamos una ceremonia meditativa para cantarle y bendecir a las estrellas. Ahora, mediante el constante ejercicio de darme cuenta, puedo afirmar  con certeza que Esteban se ha convertido para mí en una estrella quien desde su altura me dice las  palabras que el principito dijera al aviador antes de regresar a su planeta, en la pequeña novela (que  en verdad es un poema) “El principito” de Antoine de Saint Exupery:  “Cuando por las noches mires al cielo, al pensar que en una de aquellas estrellas estoy yo riendo, será para ti como si todas las estrellas riesen.” Luego de la ceremonia ofrecida a mi amigo, su mamá Dolores Robles,  quien es también una de mis fundamentales amigas,  me concedió el altísimo honor de darme destellos de luz del cuerpo de Esteban. Digo destellos de luz en lugar de la palabra cenizas porque el cuerpo de Esteban, que está más allá de la mera bioquímica, ahora resplandece más vivo que nunca. Mientras Dolores me daba los destellos de luz, me sentí investido para una misión de las más altas sobre la que luego hablaré, pues para Esteban tengo bancos de escritos.

Amigos: otra vez deseo compartirles la carta que escribí luego de enterarme de la noticia sobre la transcendencia de mi amigo que lo transfiguró tanto en un ángel de luz como en una estrella:

AMIGO ESTEBAN LARRINAGA ROBLES: ME ENCUENTRO CONTIGO MÁS ALLÁ DE UN SALTO CUÁNTICO

El lunes por la tarde (y tal vez unos pocos días antes)  sentí un vacío inexplicable en mi corazón  presintiendo cómo una presencia muy amada había trascendido más allá de lo humano.  Pero hasta ese momento no sabía que se trataba de ti, Esteban  quien llenó de luz sublime- especial  de amor fraterno mis días de ser profesor en el Tecnológico de Monterrey. Porque dentro y más allá de mi espacio laboral, tu más allá de cósmica presencia me acompañaba con el ritmo de ese libro sobre el cual hiciste vida los acuerdos. Incluso, –debo afirmar--  los hiciste vida más allá de ellos porque tú eras para mucho:

1. "Sé impecable con tus palabras".
2. "No te tomes nada personalmente".
3. "No hagas suposiciones".
4. "Haz siempre tu máximo esfuerzo".

Luego, entonces, te convertiste para mí en un extraordinario fenómeno más allá del Éverest y  no sólo por nuestras trepadas al volcán Nevado de Colima; claro que no. Sino y, además, por los encuentros en aquellas  ocasiones de platicar cosas de amigos (¿qué no se le cuenta a un amigo? -me decías con sonrisa no tan sólo CÓSMICA-- y por eso ahora me sé hasta los recovecos del día de tu nacimiento) mientras compartíamos el desayuno donde solíamos dividirnos la comida para enriquecer más de nutrientes los alimentos. (Al respecto,  algunas miradas superficiales-monstruosas, tal vez nunca habrán de saber que la amistad no sabe de fronteras ni de límites de edades). Sí, en consecuencia: algunas miradas aviesas no sabrán cómo la verdadera amistad requiere cósmica altura  y de unidad definitiva con lo divino, como tú la poseías y ahora la posees por completo (mi grandiosa montaña-amigo Esteban) mucho más transfigurada. En efecto,  tú sabias corresponder a la amistad ultra  tiempo y espacio. Porque, a pesar de  las inevitables ausencias físicas, permanecía conmigo tanto tu abrazo puntual, como tu pensamiento amigo, mediante  el correo electrónico, el facebook, el teléfono o la telepatía: porque cuando hay verdaderos encuentros, nos acontecen increíbles fenómenos a pesar de lo que digan los  de poca fe. Y cuando llegabas, al mirarte, sentía que Dios de bondad infinita me regalaba la tremenda gratitud de su presencia.

Te estoy hablando en tiempo pasado (amigo, perdóname). Sí,  te estoy hablando en tiempo pasado  porque tu partida apenas el día 19 de julio, fue de tal osadía elevándote tanto- tanto y tanto para siempre, que inevitablemente, mi corazón sintió un tremendo y terrible  derrumbe porque  fue imposible no sentir el sismo de un sol en movimiento antes no experimentado.

Amigo: el mar del poblado de Bucerías en Nayarit se convirtió en un bello perro  (tú también amas a los perros ni modo que no ) y fiel lo seguiste hasta una de sus profundidades para servirte de escalera al cielo donde siempre has sido uno de sus ciudadanos. Amigo: te estoy hablando en pasado para aligerar mi dolor renaciendo en la eternidad del presente donde habrás de permanecer más allá de la muerte.  ¿Te acuerdas?: nos quedó pendiente otra subida al volcán Nevado de Colima en cuya cima habríamos de depositar algunas cenizas de tu papá quien, también, siempre deseó subir al volcán con nosotros. Nos hizo falta también emprender la subida tanto al  Machu Picchu, como al Volcán del Tacaná.  No importa, de todas maneras subiremos esas cumbres  desde una perspectiva más allá de la lógica.

Amigo músico, amante de la clásica música (e intérprete de música)  seguidor de los Beatles, de Bon Iver (la canción FLUME, siempre se la dedicó a su mamá Lolis) de la música clásica, de las canciones del Mago de Oz; etcétera. Sí: Esteban deportista, Esteban montañista,  Esteban yogui,  Esteban reflexivo y meditativo, Esteban viajero, Esteban intelectual-espiritual,  Esteban lector y guerrero; Esteban arcángel por no juzgar a nadie, Esteban estudiante de " Animación y Arte digital",  Esteban parecido a un pájaro quetzal, pero con muchos más cantos que setecientas voces.  Con tus 22 años (te conocí a partir de tus 17 años) en tu paso por el Tecnológico de Monterrey aunque  oficialmente el profesor fui yo,  te constituiste en uno de mis más apreciables queridos, grandiosos y amados maestros. ¿Qué podría, por consecuencia, decirte  si ya eres parte no sólo de la luz;   sino del misterio insondable más allá de la luz?..

¿Sabes?... conservo la piedra; la pequeña piedra cuando pensaste en mí en una de tus inmersiones en aquel matiz del  mar de Cancún de hace tres años:

“Martín: te aviso que al llegar a Cancún me meteré al mar y tocaré el fondo hasta hallar una piedrita para ti que te sea tan cabrona que recuerdes para toda la vida que subimos juntos el Nevado.
Recibe un abrazo de los más grandes.

Tu amigo Esteban.”

 Conservaré  la piedra ahora convertida en sacramento recordándome  que, a pesar de los monstruos alucinados del mundo, subsistimos como humanos gracias (¡y por fortuna!)  a que la Madre Tierra también da a luz a seres como tú.




























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