Ahora que me encuentro en Guadalajara
ya casi desempacado de mi viaje a Monterrey, Nuevo León; en una de las
pantallas de mi mente se encendió el recuerdo del auditorio de un edificio del
TEC de Monterrey llamado “La Choza.” Auditorio
donde, junto a compañeros profesores de muchos campus de esta
institución donde laboro, participé en el curso “Teaching human rights in
theory, in organizations, and in societies –why rights need virtues and virtues
need righsts”. El curso fue dirigido por el Dr. David T. Ozar, del departamento
de Filosofía de la Universidad de Loyola de Chicago. Este magnífico exponente
del consecuencialismo supo explicar a
profundidad, y de manera brillante,
aspectos relevantes para el fenómeno ético y entre los cuales aprecié
mucho cuatro de ellos: 1) Analizar los
problemas desde las relaciones humanas, resulta de mayor interés que enfocarse
en los valores. 2) El horizonte de la dignidad, aunque interesante, se
queda corto ante la perspectiva de
considerar al hombre como pleno de valía infinita (concepto este último que compagina
con mi mirada sobre los seres humanos gracias a mis lecturas no tanto de Bentham
ni de Mill, sino de la realidad compaginada con la filosofía de Emmanuel
Lévinas) por consecuencia, no podemos reducir los hechos bajo la concepción de
dignidad. 3) Los consecuencialistas sopesan las reglas y eligen las que agregan
mayor valor. 4) La verdad es plenitud de
la actividad humana de acuerdo con la razón.
Durante los tres días del curso, me tocó
compartir la mesa de diálogo con los profesores Belinda Jiménez (del campus
Monterrey), Carlos Cerda (del campus
Guadalajara) y Raúl Godínez (campus Monterrey)
y entre los diálogos, conservo
nítidamente en mi memoria aquel con respecto a cómo impartimos la cuestión de
los Derechos Humanos en el aula.
En el penúltimo día tal vez porque el
hombre es infinitamente valioso y, por consecuencia, el Padre Bueno es de infinita
acción (en compaginación con el Dr. David, cuya idea de Dios en nada se parece
al estaticismo pregonado por Platón)
se me aproximó un venado al que bien pude tocar, pero preferí acariciarlo con
este corazón tan indispensable también para pensar.
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