LA MECATRÓNICA BIEN PODRÍA CONTRIBUIR A SALVAR
NUESTRO DESASTRE PLANETARIO (O BREVE HISTORIA SOBRE MI EXPERIENCIA EN UN
CONCURSO DE ROBÓTICA EN EL TEC DE MONTRREY, CAMPUS GUADALAJARA).
Atravesaba uno de los patios del TEC de Monterrey
(lugar donde trabajo como profesor) para conducirme a casa. Eran en ese momento
las 5: 45 de la tarde del día 20 de marzo del 2013. Mi único proyecto inmediato
consistía en llegar a mi madriguera para terminar de leer la novela “Nada” escrita por la bella
novelista danesa Janne Teller. Pero como atravesar un sendero me sigue
significando ir tras el proyecto de abandonar cualquier objetivo hacia el
futuro si la fuerza del instante lo
amerita, no dudé al pasar frente a una
fuente magnífica, compañera de ayudar a relajarme, en conducirme frente a ésta
donde observé cómo sobre el agua estaba instalado un escenario para un concurso
de cuatro pruebas por las que habrían de pasar pequeños robots confeccionados
por estudiantes de la carrera de
“Mecatrónica." Es verdad, no soy experto en el horizonte de esta ciencia, pero el sentido
común me hace ver que atrás de cualquier aparato reconocido como “lap top”,
“ipod touch”, “iphone”, y computadoras de mil tipos, está la Mecatrónica. Y,
aunque suene a ciencia nueva, la Mecatrónica tiene una historia tan antigua
como fundamental dentro del horizonte de
la tecnología. Tan necesaria es esta científica perspectiva que, seguramente, ya
estaba volando en neuronas de Galileo Galilei
y de Leonardo Da Vinci. Por
consecuencia, mi vocación poética como
filosófica me hizo tomar la decisión de
quedarme a vivir el concurso porque –debo reconocerlo— tenía necesidad
de reír en ese día, y este evento
prometía llegar a esa meta. Pero, además, también latía en mí el
insistente deseo de plantearme preguntas sobre el trasfondo de esos robots
pequeños y movidos por la fuerza de
sensores que, en lenguaje mecatrónico, suelen nombrar como “control.”
Concursos de robots autónomos, confeccionados para
atravesar “todo terreno,” ya se han efectuado en la NASA, pues la conquista del
planeta Marte les exige robots de ese tipo. Humm, pero en el universitario campus Guadalajara
es primera vez que he tenido el honor de presenciar un escenario con atmósfera
de lógica digital en cuestión.
Mientras en una grada esperaba el comienzo de esta prueba, me concienticé de cómo a una gran mayoría de estudiantes --integrando los 25 equipos a competir-- me encuentro en este semestre impartiendo la materia de “Ética, persona y sociedad.” Y, debido a ello, fue justo reconocernos con variadas formas de saludos. Saludos aprovechados también para tratar de resolver preguntas conducentes a llenar mis vacíos sobre la robótica. Mis estudiantes, con generosidad, fueron resolviendo mis cuestionamientos para seres no especialistas en la “Aritmética computacional.” Pero, ante esta circunstancia, me quedó una pregunta volando de manera implacable. Circunstancia en apariencia resuelta en el sueño que tuve esa misma noche del 20 de marzo de 2013.
El concurso terminó más o menos a las nueve de la
noche e instantes después de este evento, dentro del transporte que me condujo
a casa, deseaba resumir lo experimentado. En efecto, estaba dándole vueltas a
esta cuestión cuando, de pronto, mis neuronas mentales se juntaron para
recordarme la frase de Friedrich Nietzsche: “Antes de ser hombres de ciencia,
deberíamos ser hombres;” frase que tradujo lo más impactante en este evento:
ver a mis estudiantes ser hombres; pues el hombre que se jacta de ser hombre
nunca debería dejar de jugar. Y, en efecto, en este concurso las expresiones de
los rostros de estos jóvenes eran humanas porque se dispusieron a jugar.
En esa noche del 20 de marzo de 2013, después de terminar el concurso referido y concluir mi lectura sobre la novela “Nada”, soñé que George Boole, en persona, me daba una clase de “Álgebra” para comprender, de una vez por todas, lo que debe ser la Aritmética posmoderna. Sí, mientras el Señor Boole me explicaba todas estas urgentes necesidades, de manera contundente, personal y directa: cuatro gatos tocaban violines interpretando partes del concierto de Brandemburgo número 5 en Re mayor, de Johan Sebastian Bach. ¡Increíble!: los gatos agachaban cuello y espalda para dar gracias de refinada manera a mis aplausos.
ALGO MÁS DEL SUEÑO:
Llegó la hora del evento citado: CONCURSO DE ROBÓTICA: “MECATRÓN” y algunos de
mis conocidos se adentran al agua de la
fuente para proteger esas pequeñas estructuras cuyos sensores, de inteligencia
artificial, fueron planificados por los estudiantes del TEC de Monterrey,
campus Guadalajara, para superar cuatro tipos de abruptos terrenos con piedras,
gradas, hielo y fuego. Pronto los
pequeños robots, entre las manos de sus creadores, al ser ovacionados y nombrados
como Chafimo, Mo-thor, r2d2, Imparable, War machine, La momia, el Pequeño Toby,
Bob; etcétera, cobran vida y
sentimientos tales como capacidad de gozar y sufrir hasta amar. De pronto, el Maestro George Boole me marca con números
y letras (en un pizarrón con estrellas como trasfondo) fundamentos por los
cuales un robot después de pasar por fuego y agua fundidos y consolidados
(¡imagínense agua y fuego fundidos y consolidados!) podría devenir humano.
Comprendí todo, al menos en mi sueño, por supuesto.
Apreciables estudiantes de la carrera de Mecatrónica:
¡Gracias por existir!
Martín Mérida
No hay comentarios.:
Publicar un comentario