(A propósito
del día de la amistad a celebrarse este 14 de febrero de 2016)
Por Martín
Mérida
Hace unos momentos y a cuatro días de
celebrar el día de la amistad (14 de febrero), he abierto espontáneamente el
libro “El principito” (Saint-Exupèry, 1943: ch. XXI) donde el zorro, de manera
implacable, le dice a su pequeño interlocutor: “como no hay tiendas donde
vendan amigos, los hombres ya no tienen amigos”. Este dictamen, proveniente del
zorro, lleva el trasfondo argumentativo sobre que los hombres deseamos todo ya
hecho, pues una amistad, en efecto, necesita forjarse. Y al forjarse (luego de
haber pasado el proceso de decantación necesaria) brota eterna y vencedora de la muerte.
La reflexión del zorro me lleva a recordar unas
palabras provenientes del libro de Michael J. Sandel: LO QUE EL DINERO NO PUEDE
COMPRAR. Ahí literalmente dice: “Un amigo contratado no es realmente un amigo.”
(Sandel, 2013: 97). Por consecuencia: ¿cómo puede tener amigos alguien negado a
ver el misterio impreso en lo que no se puede comprar? ¿Cómo dice sentir
amistad quien ve en el otro a un socio o una cosa (aunque le llame amigo) para
lograr sus proyectos egocéntricos?
Si tuviéramos el poder de clarividencia (por
supuesto, para este efecto, no se necesita tanto poder clarividente) podríamos
ver a quienes el 14 de febrero, en nombre de la amistad, se intercambiarán
globos, muñecos de peluche; tarjetas con frases prefabricadas (y un gran
etcétera que excluye a los que se darán regalos vueltos símbolos a convertirse
en sacramentos) no son más que enajenados, cobardes y egocéntricos. Seres,
productos de la farsa y sin ojos para mirar las implicaciones subyacentes en
llamar amigo al otro.
El amor de amistad (como bien lo pensó el poeta,
novelista y filósofo Rainer Maria Rilke en sus CARTAS A UN JOVEN POETA) le
pertenece al ser humano que habiendo asumido su soledad llega a madurar en el
horizonte de quien no quiere aprisionar a nadie ni a nada. En efecto, sólo un ser
de este tipo puede verdaderamente ofrecer su corazón. Y ese verdadero
ofrecimiento lo hará madurar todavía más, produciendo la magia de hacer madurar
más al otro (ambos maduran --lo reitero-- en esa reciprocidad de componentes
antimercantílistas y, por lo tanto, sagrada) en el camino de sobrepasar lo
mundanal hasta abarcar lo verdaderamente inefable. Porque, siguiendo a Rilke:
“El amor es para el individuo un sublime pretexto
para madurar, para convertirse en algo, en mundo: en mundo para sí por amor a
otro; es en él una grande e inmodesta exigencia, algo que lo elige y lo llama
al infinito.” (Rilke, 1982:61).
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BIBLIOGRAFÍA.
Saint-Exupèry,
Antoine de. (1943). “Le petit prince.” Gallimard: France, ch. XXI.
J.
Sandel, Michael (2013). “Lo que el dinero no puede comprar.” Debate: México,
97.
Rilke,
Rainer Maria y Thomas Dylan (1982). “Cartas a un joven poeta” y “Manifiesto
poético.” “Selección de poemas.” Ediciones del 80: Buenos Aires, p. 61.
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