Por Martín Mérida
Cuando se
olvida el respeto al otro y a sí mismo hay quienes, por miedo a enfrentar la
verdad o por egocéntrica conveniencia, construyen lo que podríamos llamar
basiliscos (basilisco es el nombre del ser mitológico que, al menos en una de
sus versiones, posee cabeza de gallo, cola de serpiente y cuerpo de sapo) que
si bien a sus pasos no envenenan a las aguas ni asfixian a las plantas (como
ese engendro irreal, en la antigüedad manteniendo en el terror a miles de
personas) contribuyen a ahondar más los sistemas de corrupción vigentes. Al
respecto, si no olvidamos el origen de la palabra corrupción ésta también lleva
la connotación de pervertir. Entonces, por supuesto, podemos también ser
corruptos con nuestras palabras y omisiones. Porque, contrario a corruptos
constructores de basiliscos modernos, el basilisco del mito no hacía más que
cumplir con su papel de basilisco y hasta tenía poderes que los modernos
trastocadores de la verdad nunca podrán poseer: no se le podía mirar a los ojos
al menos que uno quisiera terminar muerto. Y si se le miraba de reojo uno
quedaba convertido en piedra.
Si he dicho
lo anterior se debe a mi reflexión luego de haber leído artículos en periódicos
y revistas de pretender menoscabar la personalidad del papa Francisco desde
críticas imposibles de ser críticas, pero sí son lo que aquí estoy nombrando
como basiliscos modernos. Porque no debemos olvidar: si una crítica exagera
deja de ser crítica y se convierte en mera palabrería pretendiendo jugar al
tonto con quienes, teniendo un cerebro, se dejan manipular por ideas no
sopesadas por la razón.
Para poder
seguir adelante con mis palabras debo aclarar: no soy papista y, por
consecuencia, ni más papista que el papa. Por fortuna, dentro de mis años de
seminarista cuando deseaba ser sacerdote católico, me eduqué en el horizonte de
subrayar al Jesús histórico y liberador y no sólo al hijo de Dios (no hay otro
aunque algunos “príncipes de la iglesia” lo pretendan). Y, desde esa
perspectiva, un papa es un obispo líder de los otros obispos (el grado de
cardenal es un puesto de honor) y un obispo podrá ser juzgado como justo si
lucha con sus palabras y actos por liberar a su grey de los yugos opresores. Y
ante esta perspectiva, merece mi admiración quien haciendo buen uso de un
puesto tan importante, como ser papa, dentro y desde esa estructura eclesial,
lucha con hechos contra todo tipo de corrupción dentro de esa misma estructura,
como lo está haciendo el papa Francisco. Y lo que aquí digo no quiere en lo
absoluto significar que, en esa consecución, todo vaya viento en popa, porque
un buen análisis será aquel de tomar en cuenta lo realizado y lo todavía no
efectuado, pero por hacerse. En efecto, un buen análisis también toma en cuenta
los errores (¿por qué no?) pero también los aciertos (¿por qué no?) en la
perspectiva de querer proporcionar un aporte a la búsqueda de la verdad.
Felicito, por consecuencia, a periodistas y escritores quienes, en lugar de
construir basiliscos tanto desde sus fijaciones mentales como desde sus
fetichismos, nos brindan aproximaciones a la verdad.
Ante
basiliscos de pretender hacerse pasar por lúcidos escritos, los lectores
tenemos la opción de tratar a sus responsables un tanto (sólo un tanto porque
no estoy dando mi voto al odio) como basiliscos. Así, para no dejarse convencer
por quienes son corruptos cómplices de las farsas, los lectores deberemos
seguir (aquí sí, en mucho) la tradición ejecutada allá por el siglo VIII cuando
aparecía un basilisco. En efecto, el lector deberá convertirse en gallo para
cantarle a los engendros aparecidos en periódicos, revistas y cualquier medio
de comunicación, con mucha potencia; porque, sin duda, el responsable del
basilisco lleva años durmiendo con sueños convenencieros o “durmiendo entre sus
laurales.” Expresión esta última muy usada por mi madre quien, dicho sea de
paso, suele ser filósofa aunque no ejerce la Filosofía como profesión.
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