jueves, 18 de febrero de 2016

BUSQUEMOS VERDADES, CONTRA BASILISCOS, SOBRE EL PAPA FRANCISCO



 Por Martín Mérida


Cuando se olvida el respeto al otro y a sí mismo hay quienes, por miedo a enfrentar la verdad o por egocéntrica conveniencia, construyen lo que podríamos llamar basiliscos (basilisco es el nombre del ser mitológico que, al menos en una de sus versiones, posee cabeza de gallo, cola de serpiente y cuerpo de sapo) que si bien a sus pasos no envenenan a las aguas ni asfixian a las plantas (como ese engendro irreal, en la antigüedad manteniendo en el terror a miles de personas) contribuyen a ahondar más los sistemas de corrupción vigentes. Al respecto, si no olvidamos el origen de la palabra corrupción ésta también lleva la connotación de pervertir. Entonces, por supuesto, podemos también ser corruptos con nuestras palabras y omisiones. Porque, contrario a corruptos constructores de basiliscos modernos, el basilisco del mito no hacía más que cumplir con su papel de basilisco y hasta tenía poderes que los modernos trastocadores de la verdad nunca podrán poseer: no se le podía mirar a los ojos al menos que uno quisiera terminar muerto. Y si se le miraba de reojo uno quedaba convertido en piedra.


Si he dicho lo anterior se debe a mi reflexión luego de haber leído artículos en periódicos y revistas de pretender menoscabar la personalidad del papa Francisco desde críticas imposibles de ser críticas, pero sí son lo que aquí estoy nombrando como basiliscos modernos. Porque no debemos olvidar: si una crítica exagera deja de ser crítica y se convierte en mera palabrería pretendiendo jugar al tonto con quienes, teniendo un cerebro, se dejan manipular por ideas no sopesadas por la razón.

Para poder seguir adelante con mis palabras debo aclarar: no soy papista y, por consecuencia, ni más papista que el papa. Por fortuna, dentro de mis años de seminarista cuando deseaba ser sacerdote católico, me eduqué en el horizonte de subrayar al Jesús histórico y liberador y no sólo al hijo de Dios (no hay otro aunque algunos “príncipes de la iglesia” lo pretendan). Y, desde esa perspectiva, un papa es un obispo líder de los otros obispos (el grado de cardenal es un puesto de honor) y un obispo podrá ser juzgado como justo si lucha con sus palabras y actos por liberar a su grey de los yugos opresores. Y ante esta perspectiva, merece mi admiración quien haciendo buen uso de un puesto tan importante, como ser papa, dentro y desde esa estructura eclesial, lucha con hechos contra todo tipo de corrupción dentro de esa misma estructura, como lo está haciendo el papa Francisco. Y lo que aquí digo no quiere en lo absoluto significar que, en esa consecución, todo vaya viento en popa, porque un buen análisis será aquel de tomar en cuenta lo realizado y lo todavía no efectuado, pero por hacerse. En efecto, un buen análisis también toma en cuenta los errores (¿por qué no?) pero también los aciertos (¿por qué no?) en la perspectiva de querer proporcionar un aporte a la búsqueda de la verdad. Felicito, por consecuencia, a periodistas y escritores quienes, en lugar de construir basiliscos tanto desde sus fijaciones mentales como desde sus fetichismos, nos brindan aproximaciones a la verdad.

Ante basiliscos de pretender hacerse pasar por lúcidos escritos, los lectores tenemos la opción de tratar a sus responsables un tanto (sólo un tanto porque no estoy dando mi voto al odio) como basiliscos. Así, para no dejarse convencer por quienes son corruptos cómplices de las farsas, los lectores deberemos seguir (aquí sí, en mucho) la tradición ejecutada allá por el siglo VIII cuando aparecía un basilisco. En efecto, el lector deberá convertirse en gallo para cantarle a los engendros aparecidos en periódicos, revistas y cualquier medio de comunicación, con mucha potencia; porque, sin duda, el responsable del basilisco lleva años durmiendo con sueños convenencieros o “durmiendo entre sus laurales.” Expresión esta última muy usada por mi madre quien, dicho sea de paso, suele ser filósofa aunque no ejerce la Filosofía como profesión.




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