Este semestre a punto de concluir, en
el Tec de Monterey, campus Guadalajara, fue dedicado en cada uno de mis grupos
a la memoria de mi estudiante y amigo Fernando Esteban Larrinaga Robles, quien
trascendió este mundo el pasado 19 de julio. El acto de dedicarle el semestre
escolar consistió en que mis estudiantes conocieran más a fondo el valioso ser
humano de quien fue uno de sus compañeros y porque el papel de nunca perder la
memoria del otro, ha sido uno de mis objetivos desde mis primeros años en
dedicarme a la enseñanza. En efecto, en mis intervenciones como educador, se ha
forjado como clave la noción de memoria. Noción necesaria no sólo para recibir
a los próximos, pues quienes ya no están en este material mundo merecen también
ser escuchados. La memoria es una noción-horizonte promovida por la Filosofía
de Emmanuel Lévinas y retomada por la Ética de la hospitalidad porque, claro,
una ausencia se vuelve presencia si guardamos la memoria y si esa memoria nos
lanza a la lucha para ser gestores, desde nuestras trincheras, de un mundo
basado en el respeto y la justicia. Así, la ausencia-presencia de Fernando
Esteban fue recibida por cada uno de mis estudiantes propiciando un encuentro
verdadero con su alteridad porque como bien escribió el poeta Paul Celan: “Yo
soy tú, cuando soy yo mismo.”
Poner en el centro de mi praxis
educativa las nociones de memoria y hospitalidad, se debe a que la hospitalidad
(que está íntimamente ligada a la memoria) es un recibimiento curativo no en el
sentido tradicional de curación impartida por “el experto”, sino en la de todos
nos curamos en comunión. Como podemos darnos cuenta este horizonte tiene clara
resonancia en la obra del educador latinoamericano Paulo Freire (1). Así, la
presencia irrepetible de quienes no están presentes (por más paradójico que
resulte escucharlo) también nos conciernen y, aún más, en nuestro caso,
tratándose de uno de nuestros propios compañeros como lo fue (y desde la
perspectiva de la ética de la hospitalidad, aún lo es) Fernando Esteban. En
efecto, recibir al otro (aunque no esté presente) la aceptación incondicional y
la empatía (sentir desde el otro) son fundamentos de todo auténtico
recibimiento y conlleva no sólo la relación de un ser humano ante otro ser
humano (aunque esta relación es principio insoslayable como bien señala el
poeta mexicano Octavio Paz en su poema Mutra: “el hombre sólo es hombre entre
los hombres), pues la aceptación incondicional donde “tú eres yo,” se la
debemos a toda expresión de vida.
Estudiantes misteriosos y desconcertantes (presencias irrepetibles): deseo que sigamos luchando para que
lo sucedido en este año (como el acontecimiento de la trascendencia de este
mundo de nuestro Fernando Esteban) tenga tal fuerza significativa en nuestra
memoria que logre hacernos capaces de seguir luchando para ser mejores que
buenos en el año 2015 ya adviniendo con gran rapidez. Sí, continuemos siendo
guerreros de defender la vida a través de nuestras acciones siempre conllevadas
al tamiz de la reflexión ética. Guerreros para no ser nunca cómplices de la ola
de criminalidad real y simbólica en la que hoy (no ha de ser para siempre)
nuestro país se circunscribe.
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(1) Véase P. FREIRE, “La pedagogía
del oprimido,” Siglo XXI, 1978.
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