(Una reflexión acerca del pequeño poeta Léolo; personaje de la película Léolo –porque sueño no existo– de Jean-Claude Lauzon. Película emitida por Productions du Verseau MEDIA S.L –Canadá 1992– ).*
Hace 10 años llegaba a la ciudad de Guadalajara, Jalisco, desembarcado de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Sí, y entré visionándola como un breve pasaje donde, a lo sumo, duraría siete meses. Pero la vida desvió algunos objetivos de mi antiguo proyecto de vida y, por ello, aún estoy aquí.
En los primeros días de desempacar no sólo las maletas, pues traía envuelto mi corazón en la crisis del cambio, en el cinematógrafo de la Universidad de Guadalajara (U.D.G) se exhibía la película "Léolo", con el subtítulo: “Porque sueño no existo”. Película de despertar mi asombro. Asombro convertido en este escrito y porque, por ahora, es la manera de mostrar mi agradecimiento por la existencia de esta producción cinematográfica conservada en el cofre de mis mejores tesoros.
A diferencia de su familia, en este artículo, no llamaré al niño Léolo, Léo. Porque deseo tener oídos no para convertirlos en garras de sujetarse a eruditas abstracciones sino, y sobre todo, para disponerme a hablar de realidades latentes; tan latentes como desear convertir mi escrito en casa de quienes buscan con desesperación tener un verdadero hogar. No me refiero aquí sólo al aspecto material de esa construcción; sino al hogar cuya fundación es posible si nos alejamos de actos cobardes. Pero, ¿qué podrá mi escrito ante un mundo sin techo?.. Al respecto, ojalá mis letras colaboraran en los cimientos del contrapoder tan necesario para fundar un mundo sin maltrato hacia los niños. Después de esta aclaración estoy preparado para decir:
Va aquí mi escrito dirigido a cualquiera que como tú, Léolo, no se cansa de luchar para no ser pisoteado en su dignidad. Como tú, quien frente a la imposición del yugo familiar (o de cualquier yugo) dice algo parecido a: ¡No soy Léo. Me llamo Léolo... Léolo Lozone!
Tratemos de ponernos en ojos de un niño. Recuperemos la mirada de ese infantil tiempo. Pongámonos como nombre, Léolo, y en hojas de cuaderno expresemos nuestro sentir sobre el mundo. Si esto se nos dificulta, entonces salgamos, por un momento, del escenario donde se derrumba la vida y los Derechos de los niños son aspiración no tomada en cuenta. Seamos, un poco, espectadores para regresar a la realidad sin olvidar el corazón. Esto puede ser difícil, pero... detengámonos: el sentido impuesto sobre el mundo, ¿no es, pues, un horizonte sin corazón? ¿Acaso las posibilidades de nuestra existencia se han agotado en esa visión donde la demencia nos cala hasta el cobarde silencio de arrastranos donde reina lo estúpido?
Ahora entremos a la película para sentir, desde el principio, la música de lartir un desastre. Música cuyos sonidos nos ponen en alerta ante el frágil cuerpo infantil de Léolo. Música después productora de impacto cuando nos volvemos testigos de la libertad de un niño revelándose en el afán de no ser domesticado y, más aún, cuando es reprendido con histéricos gritos por la voz adulta nombrándole Léo para inducirlo a horarios de llegar a nada. Ante este realidad, el pequeño poeta (porque pronto nos damos cuenta que este niño descubre el arte de escribir poesía) protesta y su voz infantil nos taladra el alma: ¡¡Léolo. Me llamo Léolo... Léolo Lozone!!
En esa protesta infantil nunca sólo deseo por recuperar sus orígenes sicilianos, desocultamos el inconsciente contenido donde se grita: soy otro; soy distinto. ¿Por qué no aman mi diferencia?.. ¡Soy un niño!
La familia de Léolo está circunscrita en la demencia. Tarde o temprano cada uno de sus miembros, con excepción de la madre, será tratado en un hospital psiquiátrico. En efecto, aquí somos testigos del declive de unos seres unidos por lazos de sangre. Pero el contenido de esta historia no para ahí, pues también muestra distintas formas de patología en otros ámbitos de nuestras sociedades como lo son la escuela, la calle y el centro de trabajo. Al hablar de la escuela no nos es ajeno cómo a través del curriculum oculto muchas veces se enseña sin importar el destino de lo que se dice y se hace; destino sobre el cual un niño es capaz de percibir y dolerse. Otra esfera, digna de análisis, es la calle dominada por los prepotentes sacando a relucir sus sentimientos de inferioridad. Y ya no se diga el centro de trabajo convertido en olvido de la historia y esfuerzo de cada ser humano. Pero, regresemos a hablar sobre la familia; ese espacio tantas veces sometido al cruel eterno retorno de ignominia, depravación y toda forma de degradación humana. La familia revestida con formas sutiles de “amor por los hijos.” Espacio de amor de las charcas. "Amor" convertido en crimen ante la desaparición de lo distinto. La familia (con excepción de las familias liberadas –o que luchan por serlo– sobre las cuales no conozco estadísticas y a quienes dirijo mi admiración porque creo en la pulsión hacia la vida basada en el respeto hacia la alteridad): horizonte de preparación subliminal para ser ciudadano donde se justifica la traición y el crimen. Familia circulo vicioso: políticadeshonesta-familiadeshonesta. O si se quiere: familiadeshonesta-políticadeshonesta en un mundo in-humano. Familia hoguera, sala de tormentos, guillotina, látigo para el espíritu. Familia incapaz de oír el grito ante el cual hasta las flores se encrespan: ¡No soy Léo! ¡Me llamo Léolo!.. ¡Léolo Lozone!... No obstante, familia ingenua víctima en un mundo extraviado en apariencias.
Como por complot del destino, Léolo encuentra un libro. El único libro que alguien desconocido extravió en esa imposible de ser una casa (imposible porque, no olvidemos: las apariencias engañan). Se trata de un libro amigo. Al principio Léolo no comprende lo escrito en sus páginas, pero lo intuye como ventana donde, poco a poco, verá asomar su propio destino. Libro objeto sagrado ante la vulgaridad del espacio del hogar paterno. Libro objeto precioso con dirección aparte a esas rosas de artificio a las cuales Léolo odia y detesta, aún más por su ridículo letrero pendiendo como bofetada y donde se traduce de manera sintética el gusto de los enajenados en tontas presencias: Made in… Made in: burla a la vida; sarcasmo ante el pequeño poeta capaz de percibir lienzos invisibles en la visibilidad. Libro alteridad como la corporalidad de este niño creador de un tiempo y espacio donde la vida recupera su poética fuerza. Libro refugio-oráculo: resumen del milagro de su infantil existencia mediante la frase:
Porque sueño, no existo.
Porque existir bajo la mirada de un abuelo con máscara de bueno, para luego descubrirlo como viejo libidinoso capaz de prostituir a Bianca (la muchacha italiana, de dieciséis años, vuelta horizonte de amor sublime y platónico en la inicial experiencia sexual de nuestro infantil héroe) es vivir resignado a caminar aunque se esté muerto. Además, existir bajo la mirada coprófaga del padre, significaría vivir condenado a sucios olores de una vida in abstracto, como lo haría un marrano en el chiquero. Abuelo y padre: gerontocracia; imposición del recuerdo de lo viejo donde “nada es nuevo bajo el sol” y, por lo tanto, se come y se bebe porque el mañana es victoria de la muerte.
¿Qué podría Léolo a los seis años, ante las manos del abuelo que tratan de ahogarlo en la bañera, sino soñar con un tesoro jamás tenido; con un tesoro de cuento de naufragio para ignorar al lobo hundiendo a su pequeña presa? ¿Qué debería de hacer ante esa realidad un niño convocado a la poesía?, sino soñar para mirar la luz bella y extraña del deseo de todo eterno resumido en Bianca. Bianca tan blanca como luz canción de levantar con una fuerza extraña. La magnífica Bianca: flor verdadera en el basurero. Bianca imposible de ser cierta como “la Italia que de tan bella no puede ser sólo para los Italianos.” Bianca, mujer que camina hacia Léolo para luego alejarse porque es poesía subsumida en las fangosas manos del abuelo? ¿Bianca de dieciséis años y él con la edad de un niño?
A sus hermanos, Léolo los sabe víctimas del miedo. Más, a pesar de su edad, es la única existencia humana capaz de brindarles un abrazo verdadero; una mirada de auténtica ternura, una caricia donde quizás el Dios de justicia muestra su comprensión infinita.
Délima, la madre de nuestro pequeño poeta, encarna a la mujer resignada a ser continuadora del martirio impuesto por el mundo de los machos. Mujer también mostrando la diferencia de pertenecer jamás al sexo débil al soportar las embestidas producto de la falocracia. Délima, mujer exenta de la locura psiquiátrica, pero dentro de otra cadena víctimizándola hasta ser incapaz de pensar por sí misma sin dejar de ser mujer-amor de proteger a sus hijos.
Jean-Claude Lauzon, el niño terrible del cine canadiense; el joven-niño extinto, cuando apenas tenía treinta y siete años, quiso salvar a Délima de los espacios psiquiátricos y nos la entrega como “La piedad” de Miguel Ángel (sólo que sin esa dolorosa contrastante armonía caracterizando a la estatua imposible de cansarse de hablar) ante Léolo, su hijo que yace convulsionado y, después, catatónico para nacer a la demencia. Quien haya visto la película, no podrá olvidar los gritos de dolor de esa madre; gritos de quien siente perder lo más valioso: ¡Tú no te puedes ir! ¡¡Tú eres más fuerte que esto!
Sin idealizar el reino de la infancia, pero rescatando sus auténticos dones: ¿quién no ha captado el modo de ser en el mundo de un niño?.. Porque los niños, al vivir lo eterno en la magia de sus juegos, viven la delicia de sentirse dentro de un estado de sorpresa donde todos los elementos de la tierra son poesía. Por supuesto, el niño vive la poesía y él es su imagen-realidad más bella. Recordemos los adultos cuando siendo pequeños al caminar por una calle pronto percibíamos la vida como una aventura más allá de este mundo y sus colapsos.
Léolo (porque sueño no existo) es una película donde se traduce el alma del hombre contemporáneo. Proyección que, además de develar fisuras de nuestra condición de fragilidad, se transforma en sueño liberador al descubrirnos parte de la luz blanquísima de un mundo si la palabra amor no fuera prostituida.
Extracto de "Léolo", Canción de Bianca:
2 comentarios:
Hola Martín, muchas gracias por tu invitación al blog. Un saludo y no dejes de ¿soñar?
Paula/Eugenia
Si bien las ocupaciones las distancias los tiempos o mejor dicho pretextos nos han hecho no coincidir como siempre mi admiración al mejor profesor que he tenido!! un abrazo
Publicar un comentario