miércoles, 1 de mayo de 2013

¿A QUÉ SABE LLEGAR A LA META EN EL DÍA DEL NIÑO? (Una respuesta, en este 30 de abril, día del niño, desde el asesinato de Martin Richard en el Maratón de Boston 2013).


Hace algunos años tomé la decisión de convertirme en corredor no de bolsa sino de carreras y maratones y, sobre esta experiencia, puedo desprender que es excepcional sentirme acompañado al llegar a una meta deportiva, porque una meta de este género puede también ser metáfora del esfuerzo que implica cualquier trayecto en el reino de los fines. Debido a ello, a través de mis entrenamientos y de exponerme a concursos deportivos he ido comprendiendo, de mejor manera, la gran carrera de la humanidad, a través de milenios, para conquistar el horizonte de sentirse protegida por derechos. Al respecto: ¡Por cuántos tramos de dolor hemos pasado hasta obtener la posibilidad real de sentirnos con derechos individuales para que, dueños de nuestros cuerpos, nos encontremos a salvo de hirientes arbitrariedades!: ¿por cuántos?.. Porque cósmicos y, no obstante, frágiles y vulnerables, como somos, descubrimos también en la universalidad del Derecho, inmunidades contra el miedo para salir a la calle sin necesidad de cuidarnos de quien, no obstante humano, olvidó las claves del respeto. En efecto, salimos a la calle sin necesidad de cuidarnos, al menos en teoría. Al menos en teoría, sí: ¡Es doloroso! Veamos, al respecto,  otras consideraciones que, amable lector (a) me son urgentes:
Siendo corredor he deseado participar en algunas carreras internacionales y una de ellas, es la ya centenaria carrera de Boston que en días recientes transcurrió, como sabemos, inmersa en el sufrimiento de las víctimas del lunes 15 de abril, para ser preciso. No estuve ahí, pero tanto por fuerza empática como por  fundamentales razones, puedo aseverar: cuando no se respeta la humanidad impresa en un sólo ser humano, se lacera la humanidad de todos –queramos afrontarlo o no— para quienes de manera humana deseamos habitar el planeta; por supuesto. Por lo tanto, no estuve ahí; no obstante estuve. Y hoy esa tragedia se me hace más presente porque, por razones deportivas, traigo puesta una camiseta obtenida en una carrera de diez kilómetros donde se puede leer con claridad: “¿A qué sabe llegar a la meta?”  Letrero que hoy, 30 de abril de 2013: “Día internacional del Niño”, me sabe a dolor. Así me experimento porque una interrogante exige una respuesta y, en ella, encuentro de manera latente y circunspecta la mirada del niño Martin Richard, quien murió asesinado después del estallido del segundo artefacto criminal puesto cerca de la meta justo en la calle Boyler en el centro de Boston. Y aunque la forma de experimentar la muerte le pertenece a cada quien en su distintiva realidad, no es difícil  imaginarme  a ese niño de ocho años esperar a su padre. Papá quien, sin duda, también pensó en su hijo al decidir correr los 42.195 kilómetros con emoción desbordada, pues junto a él tenía el proyecto de celebrar una meta más entre todos los sueños que, sin duda, se habían propuesto cumplir. Meta obstruida por quienes desde sus pesadillas, cifradas en un relativismo trastocado, no llegan a la noción de condición de dignidad y mucho menos al fondo solidario en el horizonte de la justicia.

Como muchos niños occidentales de ocho años (y niños de oriente con ojos para mirar a los occidentales), es muy probable  que Martín Richard conociera, entre otros artículos de los Derechos de los Niños, el que expresa: “Tengo derecho a la libertad.” Y, por supuesto, la tenía este niño quien, libre, llevaba una sonrisa a flor de piel porque tan creativo y espontáneo – a decir de quienes convivieron con él---, tenía una especial hermandad no sólo con sus congéneres, dotados de razón, sino también con los árboles llenos de inteligencia. Sin duda, en esta descripción no alcanzo a decir todo lo real misterioso que particularizó a este muchacho que tenía proyectos; por supuesto. Proyectos que el mundo, si se hiciera consciente y fuera otro, tuvo que haber facilitado porque, para que este niño asesinado pudiera esperar a su padre sintiéndose libre en la meta, debieron pasar milenios de dolor en la historia de la humanidad; pues el horizonte de  llegar a soluciones democratizadas no contaba en los proyectos de los tiranos (fueran o no teócratas) ni de quienes pronto se sintieron dueños de la corporalidad de los otros. ¡Oh!.: ¡Cuántos milenios de historia pisotean hoy los asesinos reales o simbólicos y todos quienes truncan sueños no sólo en Boston!

Quienes asesinan de manera real o simbólica no pueden comprender la fuerza de razones protegiendo, como posibilidad real, la autonomía de cada ser humano. Claro, viles como son, jamás tendrán la sensibilidad para percibir el misterio impreso en las singularidades (pues no todo se reduce a análisis kantiano). Por lo tanto: cifrados en su magia de extra-tierra, danzan en nombre de la escasez de argumentos. Se trata, entonces, de una madeja de estupidez para eliminar no importa a quien se cruce en su camino. Estas existencias sólo se permiten sufrir cuando su líder o chaman (con respeto a líderes o chamanes de otro tipo) lo autorizan; pues no se pertenecen como individuos libres. Por consecuencia, me atrevo a pensar: quien sólo hace lo que le dicta un Estado político, su chamán, su secta o su líder religioso (olvidando que tiene un cerebro): está vacío para mirar que la razón más poderosa es la Historia y no su Dios particular o su frenético esoterismo. Sí: sólo existencias vividas, de modo contrario a la razón, pudieron matar al niño de ocho años: Martin Richard.

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