domingo, 23 de septiembre de 2012

EL MOVIMIENTO REBELDE EN “ALFABETO DEL AIRE” DEL POETA JONATHAN BERUMEN

                                                                             “¿Es nube todo, todo es hoja, viento?”   
                                                                                      O. Paz                   

Porque el viento es aire en movimiento rebelde-desbaratador de estatuarias, sólo el amor se le parece. ¿Acaso habría vida sin aire?.. Y, ¿sin amor que queda?.. No apresuremos las respuestas, mejor por el momento toquemos las puertas del aire y cuando lo experimentemos  sintámonos en  el amor.  Ahora, contemplemos como el aire  lo cambia todo a pesar de no tener color ni forma. Si, en efecto, en estos instantes de lo sin instantes del tiempo impuesto, podemos mirar como nuestra nada y estructura de existencia es sostenida por el aire al menos mientras  nos experimentamos siendo árboles en un tiempo y espacio que no tendría por qué ser delimitado. Árboles en cuyas creaciones fue fundamental la intervención del viento. Pero, mejor, al menos ahora, dejémonos de preocupar por quienes no saben volar y, cuando nos cale el dolor o alegría o ambos sentimientos al mismo tiempo, como los niños, abramos las puertas del aire (que es uno de los árboles hospitalarios más gigantes vistos en y sobre la tierra) como bien lo sabe hacer el poeta Jonathan Berumen en su poemario “Alfabeto del aire.” Poemario cuya presentación, en este “Ágora del Ex Convento del Carmen” hoy nos reúne para ver las consecuencias de una relación amorosa y por amorosa, rebelde. ¡Qué Ágora éste tan en complot con el aire, pues en lugar de tratar asuntos mercantiles, nos vuelve asamblea para volar en poesía!
Siendo, pues, asamblea alada: en esta noche del  20 de septiembre de 2012, sintiendo nueva energía y movimiento, gracias al Alfabeto del aire, escuchemos como entra el ayer del poeta Jonathan Berumen junto a hojas donde se puede mirar esa realidad humana a quien el poeta no puede dejar de amar a pesar de su terca ausencia. Es doloroso ver como esa realidad le ha sacudió las ramas y ha desprendido la corteza del poeta y todas-todas las ramificaciones de ese otro árbol que fue. Con este aire haciéndonos el favor, podemos también darnos cuenta de hojas diferentes a ese tiempo de angustia, pues en estas otras maravillas en blanco miramos como el poeta ha encontrado la fórmula para que más allá de “lo tangente”  la realidad humana amada nunca más le abandone. Más allá de “lo tangente” y de las formas de normalización impuestas por el mundo; claro (porque la “normalización es “symbolic monstrosity” como bien dice Julia Kristeva en su Sense and Non-Sense  y para referirse a la estúpida normalización que nos impone el capitalismo). Sólo así, al filo de esas hojas el poeta abre las puertas del aire (donde  nos ha invitado a entrar y estamos acompañándolo). Miren, entonces, como vuelto ráfaga, el poeta entra junto a nosotros a un tiempo y espacio conformando el único alfabeto con el cual se puede escribir el nombre que revive el rostro más amado. Y, entonces, tanto poeta como la amada realidad humana se convierten en otra suerte de historia ya no efímera; pues, pese a todo, con su mano izquierda Jonathan sostiene el encuentro amoroso ahora no sólo recuerdo sino presencia (aunque les duela a los positivistas lógicos de seguir paseándose en la terquedad de que hay una sola realidad; postura pendeja con la que creen sostenerse en una malísima tontería) después de experimentar los laberintos de la nada.

“Del alfabeto la B
Así puedo nombrarnos
Mi apellido y tu nombre
en la brisa
en el saludo inicial
que marca la rotación del viento.”

 Ahora, en esa rotación del viento el yo poético viaja junto a la realidad humana amada asumiendo las consecuencias de este acto transgresor. Acto de amor porque el amor es rebelde como el aire y el aire es amor; lo hemos por demás expresado. Acto-viaje contra la banalidad del mundo. Viaje donde también reaparecemos todos. Se trata de hojas en blanco para lo nuevo.

“Será el viento
nadie más
quien al final me cierre los ojos
me borre las lágrimas
y entregue mi cuerpo
a lo invisible.”

Gracias a la magia de la poesía, la persona amada por nuestro poeta, está brotando de este poemario sin importarnos  tanto su “tangencial” presencia  desgastándose en la cotidianidad mundanal (al menos así podemos testificar en lo expresado de contundente manera en este Alfabeto del aire de Jonathan), y es en estos rumbos donde la poesía ha recreado al hombre-poeta para volverle fiel acompañante, pues no podemos negar la amistad de la poesía debido a que, poco a poco hasta la realidad en apariencia dividida, no será más una carga que tanto había penetrado en la soledad del poeta.

“No sabes de tus ojos
el verde que pobló el invierno
de innumerables bosques
ni de aquel faro
que reveló el mar:
                                    espejo entre nosotros
No sabes de mis ojos
el color de las ramas
que se rompen
con tu recuerdo.”

Es cierto, en la división no cuántica de los espacios, tuvo cabida  la vacilación, el enojo,  el reproche y tantas otras programaciones impuestas por el logos. Pero, menos mal: cuando “el amor no es amado” (expresión, entrecomillada, y  tantas veces pronunciada por el poeta Francesco de Assisi) queda  la opción de abrir las puertas del aire para asumir la libertad del otro junto a la propia.

 “Ahora que quieres hablar
me buscas
pero esa sabiduría que tuve de escuchar
hoy está repartida
en todos los sonidos del mundo.”

A estas alturas, por demás asombrosa, la realidad humana que es también el poeta Jonathan Berumen (como lo somos, por el viento, todos los asambleístas que estamos aquí volando) ya sin reproches, pronto nos muestra un tesoro que guarda bajo la almohada (un tesoro y no ratas como suelen encontrar los enemigos de quienes creen defender la vida). Se trata de dones sagrados surgidos de la relación con quien tanto ama. Dones a no derrumbarse mientras brille un sol más alto que el irremediablemente roto. ¿Cuál es ese tesoro?, pues el poeta en su “Alfabeto del aire” hace alusión a referentes de constatar grandiosa a la amada realidad humana: su nombre que sigue vivo en sus labios, el viento bufanda de sus brazos, el perfume carísimo que distingue su piel, su rostro que tiene la forma del aire, sus ojos donde ambos permanecen intactos; etcétera.  

Al final del poemario Alfabeto del aire, nos sabemos conscientes del noble triunfo del poeta quien, viéndolo desde la perspectiva poética (por supuesto) puso más en su amorosa relación. Y es en este final (el final siempre es principio de algo nuevo; al menos desde una existencial perspectiva filosófica) donde podemos encontrar resonancia con el poema “Epigrama” del poeta nicaragüense Ernesto Cardenal, como cuando dice: Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido: / yo porque tú eras lo que yo más amaba/ y tú porque yo era el que te amaba más.
 

No hay comentarios.: