A los niños asesinados por paramilitares
el 22 de diciembre de 1997 en Acateal, Chiapas.
IN MEMORIAM.
Muchos de los creadores de los cuentos clásicos infantiles hablan en sus relatos del había una vez en cualquier época con niños y niñas fustigados peor que perros de la calle. Esos autores, por lo general, desatan en finales dichosos los nudos del desencanto; tal vez porque más allá de desear otra suerte a quienes los adultos volvieron desdichados: hay un reclamo dictado por el ansia libertaria que también nos constituye como personas: ¡La justicia es posible! Pero justicia es un sonido tantas veces abandonado en el automatismo del eco o en las fauces del tiempo sin entrañas. Menos mal, aún existen Aladinos que no cambiarán la lámpara de los sueños por aquellas marcadas con el made in donde el dinero que dirige empresas (empresas que fingen tener rostro humano) atrás de escritorios discute el destino de las personas (nótese que es el dinero el que discute cuando --como bien dijo Martin Heidegger-- el "hombre como hombre ha desaparecido y ha reaparecido como socio de contrato.") No obstante, tengo fe en el granito de ayuda sutil desprendido de los cuentos donde "los más pequeños" señalan las heridas del incesante retorno de la demencia. Y ante este aspecto, estoy seguro que los relatos infantiles ayudan a abrirnos más los ojos, pues son ríos de transcurrir silencioso y ya sabemos de lo hondo de este tipo de afluentes.
Permíteme, entonces, lector, mostrar algunos aspectos del silencio de dos cuentos: “La cenicienta” y “Pulgarcito.” En el cuento “La Cenicienta” de Charles Perrault (1628-1703) por más felicidad sorprendiendo a Cenicienta al casarse con el príncipe, ¿pudo su hada madrina quitarle los traumas debido a una infancia acurrucada entre las cenizas del desprecio? ¿Y, del mismo autor, qué decir de Pulgarcito, ese personaje tratado en su familia como el más feo sólo por ser de estatura física pequeña y no tener un color de piel rojizo? Sí, Pulgarcito: héroe tan flaco como el dedo pulgar. Pulgarcito-niño-chivo expiatorio quien, a pesar de haber sido tirado para ser comido por los lobos[2], provee a sus tiranos padres de las más grandes riquezas. ¿No son estos niños de cuentos, espejos de los de carne y hueso? ¿No son estos niños ejemplo de nuestra incapacidad para aprender de la alteridad?
Permíteme, entonces, lector, mostrar algunos aspectos del silencio de dos cuentos: “La cenicienta” y “Pulgarcito.” En el cuento “La Cenicienta” de Charles Perrault (1628-1703) por más felicidad sorprendiendo a Cenicienta al casarse con el príncipe, ¿pudo su hada madrina quitarle los traumas debido a una infancia acurrucada entre las cenizas del desprecio? ¿Y, del mismo autor, qué decir de Pulgarcito, ese personaje tratado en su familia como el más feo sólo por ser de estatura física pequeña y no tener un color de piel rojizo? Sí, Pulgarcito: héroe tan flaco como el dedo pulgar. Pulgarcito-niño-chivo expiatorio quien, a pesar de haber sido tirado para ser comido por los lobos[2], provee a sus tiranos padres de las más grandes riquezas. ¿No son estos niños de cuentos, espejos de los de carne y hueso? ¿No son estos niños ejemplo de nuestra incapacidad para aprender de la alteridad?
Los crímenes contra los menores de edad son un grito interpelante en los tiempos y espacios empeñándose en perder la memoria. Tiempos y espacios ogros de considerar al niño como una pequeña cosa. Dicho sea de paso, pequeña cosa es uno de los sobrenombres cargados por el muchacho, sin nombre desde un principio, cuyos padres le proporcionaron un trato de peor que silla. Sí, me estoy refiriendo a la obra del autor de infancia dolorosa, Jules Renard (1864-1910): Pelo de Zanahoria.
Cuando veo a la niña Cenicienta confinada a vivir en un rincón y a su madrastra burlándose de ella sin darle oportunidad de defenderse; a través de esa inocente (que menos mal tenía un hada madrina) desfilan en mi memoria ejemplos de niños y niñas maniatados con el código: «¡Respeta a tus mayores!» Menores de edad atados por los mayores en años de desvergüenza y a quienes nadie dijo: Usted; sí, usted --hombre o mujer— lleno/a de soberbia: « ¡Respete a sus menores!» ¿No ve que cada uno de ellos es también rostro de millones de criaturas mineras, agricultoras, mozas, esclavas, raptadas, violadas, quemadas vivas, prostituidas, tiranizadas y asesinadas desde la infancia del mundo hasta estas tinieblas donde reconocer al otro/a no es el horizonte? Usted; sí, usted, tirano de destrozar; vil continuador de aumentar la cifra de las víctimas, ¿no ve que dentro de su ser hay también un niño o niña ahogándose? ¿Sabe?: el mundo está al revés y no hay consideración para cenicientas y pulgarcitos de todos los tiempos. Porque sin hadas madrinas o genios protectores esperando a ser liberados de lámparas y botellas, los niños y las niñas son reducidos a cosas.
El ogro de la historia de Pulgarcito y la madrastra (como ogresa) sometiendo a Cenicienta, no saben darse cuenta de los otros; porque al mirar la fragilidad humana –al menos que se tengan arañas venenosas dentro de las cabezas— corremos el riesgo de transformarnos. En efecto, como algunas veces se ha dicho de una o de otra manera: las presencias ajenas a cacharros millonarios, títulos o atributos encharcados, ¿no nos dicen algo? ¿No nos mueve a ser mejores el desnudo rostro de un pequeño? A. Finkielkraut, parafraseando a la enorme filósofa Hannah Arendt, en Ensayo sobre la humanidad perdida (1998: 44) señala al respecto: “El hombre no se fabrica, nace. No es la ejecución de una idea previa sino el milagro de un puro inicio. En suma, el hombre es el ser en el cual la existencia precede a la esencia.”
Año prodigioso de 1697: ¡Tenemos cuerpo! Gracias Parlamento Inglés por proclamar, además: “Cada quien es dueño de su cuerpo”. Lástima que no se supiera desde antes de constatar a millones de niños asesinados. Es horrible enterarnos de tantas bellas declaraciones de ese tipo en este nuevo siglo donde se habla de amor hasta el hartazgo sin poner en práctica los gestos del respeto. Vaya siglo amoroso para crear virus en el lenguaje no sólo cibernético.
Si somos dueños de nuestros cuerpos, ¿por qué ocurrió lo de los 15 niños masacrados en Acteal, Chiapas junto a 30 adultos? ¿Cuando van a dejar de caer asesinados niños israelitas y palestinos en los límites de la franja de Gaza? ¿Somos dueños de nuestros cuerpos?.. Defendámoslos, entonces, de quienes vigilan y castigan imponiendo su corporalidad nacida de los sueños enfermos.
Seres dispuestos a seguir creciendo como humanos: Defendamos a los niños y las niñas; ayudémosles a forjarse en valientes constructores de sí mismos y a proclamar con indignación Ética: ¡Tenemos derecho a un lugar donde vivir; derecho a la educación, derecho a tener un nombre, derecho a tener una patria, derecho a ser escuchados..!
Finalizo este escrito dejándoles un poema extraído de la sección “DEJA QUE LOS NIÑOS REGRESEN A CASA de mi libro El milagro de tu voz distinta (1999: 76).
Finalizo este escrito dejándoles un poema extraído de la sección “DEJA QUE LOS NIÑOS REGRESEN A CASA de mi libro El milagro de tu voz distinta (1999: 76).
LA NOCHE DEL COMETA
¡Abuelita madre hermanos
vengan a ver el cometa!
Es una esfera gigante
hecha de estrellas juntas
Asusta de alegría su paso por nuestro pueblo
Todos los niños corren pues trae muchos regalos
Los grandes a coro gritan: ¡Es más bonito que el oro!
¿Qué sucede?.. ¿Por qué no quieren creerme?
Voy a jalar el hilo también sujeto a la luna
No me regañes padre: el cometa dice mi nombre
Uno dos tres: ¡se abrió un hoyo en la luna!
Caen millones de dulces y aguaceros de comida
Y el cometa baila como juego pirotécnico
¡No habrá miseria!: dice con barba de papalote
¿Qué pasa?.. ¿Por qué no quieren creerme?
Todo mundo vio y sólo abuelita dice:
Martín, en verdad, no fue sueño
Juro haber visto esa esfera
Aquí en el cofre conservo
un trozo de su hilo fino
________________________
[1] En agosto del 2005 fue en el periódico cultural "La manzana" en su número 1, donde se me publicó por primera vez el presente artículo.
[2] A finales del siglo XVIII y en pleno siglo XIX, se descubrió que muchos niños eran tirados en los bosques de Europa. Al respecto, véase mi artículo titulado La diversidad humana nos libra de quedar pendiendo de la nada donde, entre otros aspectos, hablo de El niño salvaje de Aveyron: http://martinmerida.blogspot.com/search/label/Ni%C3%B1o%20salvaje%20de%252
Por otra parte, en nuestro siglo XXI miles de niños son tirados a trabajar en fábricas cuyos productos de venta llevan el made in donde “pequeñas cosas” se ven sometidas en penosas y largas jornadas laborales.
BIBLIOGRAFÍA:
FINKIELKRAUT, Alain. (1998). "La humanidad perdida". Ensayo sobre el siglo XXI. Barcelona: Anagrama.
MÉRIDA, Martín. (1999). "El milagro de tu voz distinta". México: ITESO. ISBN 968-507-11-3
PERRAULT, Charles. (1998). "La cenicienta." Argentina: Heliasta.
¡Abuelita madre hermanos
vengan a ver el cometa!
Es una esfera gigante
hecha de estrellas juntas
Asusta de alegría su paso por nuestro pueblo
Todos los niños corren pues trae muchos regalos
Los grandes a coro gritan: ¡Es más bonito que el oro!
¿Qué sucede?.. ¿Por qué no quieren creerme?
Voy a jalar el hilo también sujeto a la luna
No me regañes padre: el cometa dice mi nombre
Uno dos tres: ¡se abrió un hoyo en la luna!
Caen millones de dulces y aguaceros de comida
Y el cometa baila como juego pirotécnico
¡No habrá miseria!: dice con barba de papalote
¿Qué pasa?.. ¿Por qué no quieren creerme?
Todo mundo vio y sólo abuelita dice:
Martín, en verdad, no fue sueño
Juro haber visto esa esfera
Aquí en el cofre conservo
un trozo de su hilo fino
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[1] En agosto del 2005 fue en el periódico cultural "La manzana" en su número 1, donde se me publicó por primera vez el presente artículo.
[2] A finales del siglo XVIII y en pleno siglo XIX, se descubrió que muchos niños eran tirados en los bosques de Europa. Al respecto, véase mi artículo titulado La diversidad humana nos libra de quedar pendiendo de la nada donde, entre otros aspectos, hablo de El niño salvaje de Aveyron: http://martinmerida.blogspot.com/search/label/Ni%C3%B1o%20salvaje%20de%252
Por otra parte, en nuestro siglo XXI miles de niños son tirados a trabajar en fábricas cuyos productos de venta llevan el made in donde “pequeñas cosas” se ven sometidas en penosas y largas jornadas laborales.
BIBLIOGRAFÍA:
FINKIELKRAUT, Alain. (1998). "La humanidad perdida". Ensayo sobre el siglo XXI. Barcelona: Anagrama.
MÉRIDA, Martín. (1999). "El milagro de tu voz distinta". México: ITESO. ISBN 968-507-11-3
PERRAULT, Charles. (1998). "La cenicienta." Argentina: Heliasta.
PERRAULT, Charles. (1998). "Pulgarcito". Argentina. Heliasta.
RENARD, Jules. (1999). "Pelo de zanahoria." Barcelona: Media Vaca.
RENARD, Jules. (1999). "Pelo de zanahoria." Barcelona: Media Vaca.
2 comentarios:
cuantas veces no hemos visto cenicient@s tan cercanos a nuestras vidas y tan lejanos a nuestras personas? es desagradable ver a los padres sentirse dueños de un pequeño de diez años que apenas va atrapando nociones sobre el día a día en éste mundo oscuro...
"Debes respetar a tus mayores", dicen...
sinceramente no creo que la edad biológica defina a una persona...
claro, al ir creciendo se adquiere madurez, color, sabiduría, pero esto si esos "mayores" les damos a los pequeños las herramientas y no destrozamos su espíritu con desprecio irrespetuoso y desdén...
Gracias por obligarnos a hacer reflexión!
Finalmente, al leer tus escritos, te llegas a dar cuenta que éstos o te toman o de la mano o del pescuezo, (que se ponga el saco a quien le quede), y nos exhortan de manera tenaz a que no solo se quede en una lectura llena de creativas analogías y fuertes hechos que se mencionan, sino que nos das ese "empuje" para que despertemos del sueño en vida que compartimos aletargados con una sociedad cómodamente dormida entre espinas.
Comparto contigo ese sentimiento de justicia, esa sed implacable por hechos y no solo por palabras, que al fin y al cabo éstas son estáticas, y solo cobran vida al besarlas con voluntad, como en el cuento de la bella durmiente, pues de esta manera se rompe el hechizo. Hechizo que cae repetidamente en cada uno de nosotros cuando no denunciamos y permitimos que pasen actos injustos en contra de los más débiles.
Termino con un pensamiento bastante acertado de Friedrich Nitzsche, no sin antes reiterar mi felicitación y gran admiración por el gran don que Dios te ha dado: el de despertar mediante los gritos penetrantes de tus letras.
"La madurez del hombre es haberse reencontrado, de grande, con la seriedad que de niño tenía al jugar" Nitzsche
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