martes, 12 de abril de 2016

LAS PUERTAS QUE SE CIERRAN




Doy gracias  a las puertas que se me cerraron, intentando romperme las narices, sin conocer la historia de mi rostro y, por supuesto, el de mi nombre Martín Mérida (no voy a desvelarme con lamentos ni reflexiones sobre su gran fragilidad constitutiva. Fragilidad dejándose entrever en sus dinteles oxidados) porque, gracias a ellas, pude quitar el cerrojo de  otras bienaventuradas puertas que encontré en el camino. Puertas que bendigo (como en mi ahora bendigo a ésta muy luminosa de abrirme sus hojas al alcázar).

Martín Mérida​ (venido de Chiapas para residir en Guadalajara entre los de corazón muy lejos del carbón apagado que se posicionó  en la oquedad del pecho de aquellos  de caminar con medias tintas y muecas que no  llegan ni a los callos a la bondad, cuando es auténtica).


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