miércoles, 18 de febrero de 2009

Crear a pesar y contra el mundo colgando de la nada

Al filósofo latinoamericano Ignacio Ellacuría, SJ: asesinado, por militares salvadoreños, el 16 de noviembre de 1989.
In Memoriam.

"...vi que la nada no tenia nada. Vi que a mi lado no tenía nada
y que no estaba para ver la nada" (José Gorostiza ).





I


No hace mucho tiempo pronuncié: Siento en mi vida un vacío a causa de mi necesidad de que Dios exista y, soltadas así estas palabras, algunos de mis interlocutores creyeron que esa manera de experimentarme se debió a una simple inconformidad presta a disolverse con alguna nadería; por ello, cuando algunos se interesaron en mi sentimiento (salvo excepciones) me soltaron recetas de esas proporcionadas como si uno se asemejara a una construcción imperiosa de llenar con algo. En efecto, si a un inmueble le faltan sillones, pues la solución salta a la vista.

Me ha pasado a veces que doy fin a tristezas (los sentimientos de tristeza —como es obvio— no siempre hablan de vacío) en soledad o recurriendo a mis amistades; comprándome algún libro o disco; saliendo de viaje; etcétera. No obstante, el vacío que en ese tiempo experimenté se configuró como hueco posesionado en el corazón. Vacío que no por ensartar sus uñas me privó de realizar proyectos tales como leer, escribir, subir montañas, vibrar ante una música, asombrarme de unas palabras, sumergirme en lecturas; reposar en miradas de hospitalidad y fenómenos de ese tipo. Y, parafraseando a Agustín de Hipona el que dijo, hablándole a Dios: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto mientras no descanse en ti" (Agustín, Confesiones, 2007, p.128) hoy puedo decir: mi realidad no lograría un poco de tranquilidad si no escribiera (puede sonar loco, pero así me vivo).







Me dolió que me doliera mi necesidad de que Dios exista porque se me derrumbaron los constructos conceptuales sobre su existencia. Y, a pesar del dolor experimentado ante la fragmentación de esa forma de asideros, pude luchar (como dejé explicado) para no quedarme en espera de posibilidades veleidosas. En mis creaciones literarias surgidas en ese tiempo, se manifiesta mi esfuerzo para no sucumbir; ahí delato querer atisbar el infinito en mi voluntad de salir hacia los otros. Hoy, dicho sea de paso, tengo confianza de que el tic-tac del polvo, tañendo el tiempo, no me ganará la carrera en mi afán de encontrar conformidad deseada en respuestas más allá de racionalidades.

Antes de seguir el camino de este escrito, debo manifestar una preocupación: hablar del motivo que me llevó a experimentar vacío existencial, me resulta un poco vergonzoso ante un mundo donde a muchos les muerde el hambre y mueren de maneras infrahumanas; no obstante, si uno debe hablar desde donde le aprieta el zapato, lo que aquí escribo está marcado por ese experimentado apretamiento. Y porque todavía no conozco termómetro alguno que pueda medir si el vacío vivido por un niño es menos importante que el de Cristo, en el Monte de los Olivos, un poco antes de ser aprehendido. Con lo anterior no estoy afirmando la inexistencia de dolores tan grandes como el órgano de una catedral y otros, del tamaño de un organillo de iglesia de pueblo.

Necesito del infinito
[1] lejos de las barbaridades provenientes de estructuras religiosas cuyo verdadero Dios termina siendo el poder que aplasta, y el dinero. Necesito del infinito como de la mirada hospitalaria de los otros y esa sed me lleva a percibir la filosofía cual dama que poco a poco va brindándome agua de esa “buena también para el corazón”[2] y no de aquella de las verdades eternas, de erudición apantalladora y simple contemplación de conceptos; por ello, hoy doy gracias por encontrarme con la sorpresa de grandes acompañamientos entre los cuales de manera especial me mira el texto de Ignacio Ellacuría: Función liberadora de la filosofía,[3] texto del que estoy siendo huésped bien recibido.


II


Debido a los sepulcros y los monumentos de Dios (este horizonte conceptual es nietzscheano) mi mirada está saliendo del peso de ciertas costumbres impuestas y ese estar saliendo no es una postura meramente intelectual sino toda una experiencia corporal que entre otras acciones me impulsa a realizar este escrito. Por otro lado, considero pasión inútil tejer palabras como mera elucubración erudita y enganchada con la costumbre de que lo filosófico debe ser enredoso y abstracto. De esta manera, por lo pronto, este escrito es sólo balbuceo. Balbuceo, no obstante, que no pretende quedarse estancado, pues con el ritmo de la paciencia he de seguir ahondando en un necesario diálogo enriquecido con todo lo latente tanto en mis experiencias reales como vicarias. Desde esa perspectiva pretendo, entre otros aspectos, recibir luz de lo que Ignacio Ellacuría menciona como la locura de la cruz. El horizonte de la Cruz bien puede ser utilizado desde una lógica de poder o como camino a favor de la persona considerada como exterioridad dentro de sistemas incapaces de respetar la dignidad humana. La perspectiva de I. Ellacuría está cifrada en el segundo horizonte y, por consecuencia, gracias a su mirada construyo aquí una posible puerta para darme paso en este escrito:

El vacío existencial es camino desde donde se puede comprender que el hombre entra a la casa de la emancipación gracias a la dialéctica entre reconocer la cruz impuesta (que es como tocar fondo) y la emergencia que empuja hacia proyectos donde los otros tienen un papel preponderante.

Antes de continuar balbuceando preciso esclarecer mi comprensión sobre el vacío existencial como impulso para emerger con mirada nueva. Veamos: el vacío existencial puede llegar a acontecer debido a lo que I. Ellacuría nombra como la nada con apariencia de ser; nada cuyos colmillos bien pueden arrastrar al sufrimiento. Y es el sufrimiento, llevado como cargar una cruz, a lo que nuestro filósofo
[4] hace mención al elegir el horizonte de la cruz como el desde dónde filosofar para hacerle resistencia a la nada. Aquí, y bebiendo también un poco de la fuente de mi experiencia personal, diré: no hay verdadero proceso de emancipación sin ese darse cuenta de la cruz (o de las cruces) impuesta (s) Y aunque I. Ellacuría hace mención a las praxis históricas de emancipación, yo sin perder de vista lo histórico en proyectos de justicia solidaria (justicia pensada más allá de la lógica del poder) me encuentro tratando de aplicar a mi realidad personal el proyecto de irme despojando de la nadería impuesta por el mundo y que, como ya expresaba, me llevó a la situación de experimentar mordidas del vacío; nadería que, en efecto, viví como una cruz. Para ser más preciso: hoy mi realidad sentiente[5] se vive como emancipación desde mi esfuerzo por construir proyectos exteriores a sistemas acostumbrados a crucificar con sus paquetes de realidad introyectados hasta en nuestras necesidades y deseos; cruz y emancipación: horizontes puestos en la perspectiva del servicio donde aprendo a liberarme y deseo ser acompañado por una ética disruptiva capaz de construir y crear con tramos de realidad y no como aquellas “éticas” llenas de palabras bonitas y de valores-máscaras favoreciendo maquinaciones de sistemas político-sociales subyugantes. Cruz y emancipación pensadas desde la alteridad. Así, el rostro de Dios impuesto como un rostro lejos de aquellos marcados por el sufrimiento es, desde mi actual perspectiva, un rostro a desenmascarar por tratarse de una maquinación de seres que a través de ese subterfugio quisieran la omnipotencia en sus procedimientos de volver polvo a la justicia solidaria.


“La ideologización nos enfrenta con la nada con apariencia de realidad, con la falsedad con apariencia de verdad, con el no ser con apariencia de ser"(Ellacuría, op. cit; p.7).

Reconocer a la nada que aplasta y omnibula lo real, nos permite romper con la lógica donde alguien –o el poder que no sabe mirar de frente-- se impone sobre el otro aún de las maneras más sutiles. Esa manera de reconocimiento nos esclarece la existencia mediante el descubrimiento de un nuevo sentido más allá del ser del sistema envuelto en una racionalidad contra toda exterioridad; se trata aquí de ir más allá (en palabras de M. Foucault) de la manera de pensar atada psíquicamente al sistema. (Véase Foucault, Vigiliar y castigar, 2002).

En el borrador de trabajo de Ignacio Ellacuría, uno puede darse cuenta de la función creadora de la filosofía. Función creadora que reconoce en quien sufre un potencial para el cambio y es, también, invitación a mirar al otro como otro a pesar de las maquinaciones del poder pretencioso de atraparlo en la nada. El filósofo, desde esta perspectiva, está posibilitado para ver la presencia distinta del que sufre; presencia otra a convertirse en fuerza utópica a trascender un mundo encerrado en la lógica de aquello mencionado por el filósofo F. Nietzsche como “ eterno retorno a lo mismo”; es decir, retorno cerrado a la esperanza. Se trata entonces de una filosofía abierta a mirar, escuchar y recibir a quienes cargan cruces impuestas. Filosofía esforzándose por expresar lo inexpresable de esa alteridad; alteridad imposible de ser explicada sólo a través del discurso lógico; filosofía para liberarnos de la condena expresada en lo que I. Ellacuría nombra como moralidad del que convoca; del que impone la cruz ideologizando:

“Este fenómeno de la ideologización es realmente peligroso porque está en estrecha conexión con realidades sociales muy configuradoras de las conciencias tanto colectivas como individuales. Así tenemos que cualquier sistema social o subsistema social busca una legitimación ideológica como parte necesaria de su subsitencia y/ o de su buen funcionamiento” (Ellacuría, op.cit; p. 5).

Sobre el fenómeno de la ideologización como configuración de las conciencia, hay gran paralelismo entre el horizonte reflexivo de Ignacio Ellacuría con lo dicho por E. Morin y M. Foucault.

E. Morin:

La ideología, como manifestación específica de una determinada cultura, forma parte del “código cultural”, que funciona a modo de “código genético” del sistema. (Morin, 1973, pp. 237-238).

Michel Foucault:

…el poder (…) es una compleja relación estratégica en una sociedad dada. (Foucault, 2000, p. 93).

Quien sufre una cruz impuesta tiene hambre de realidad distinta; hambre de otra suerte; hambre de que lo reprimido por el sistema imperante sea liberado; hambre de ser respetado y considerado en un mundo pensando más allá del egoísmo. En Función liberadora de la filosofía de I. Ellacuría se dice a este respecto:

“La locura de la cruz, por otra parte, fundamenta radicalmente el método dialéctico, que ya no es inicialmente un método lógico ni tampoco un método universal, aplicable a la naturaleza y a la historia, a cualquier individuo y a la persona, sino que es un método que sigue la historia y que la historia impone a quien la quiere manejar. Desde la inspiración cristiana puede afirmarse, además, que la cruz sitúa en el lugar privilegiado de la revelación de Dios y de la resurrección del hombre, poniendo en unidad y reconciliación lo absoluto y lo relativo, lo infinito y lo finito, lo político y lo religioso, etc. (Ellacuría, op.cit. p.18).

Poco a poco, el viaje por los linderos de mi pasado vacío existencial (¿a cuántos otras formas de vacío habrá de enfrentar mi ser mortal?) aquí considerado, me continúa ayudando a efectuar el despojamiento de falsos asideros impuestos a mi mirada mediante ideologización y, bajo esas circunstancias, mis preguntas han ido obteniendo respuestas. Respuestas dentro del horizonte remarcado por Ignacio Ellacuría en lo que él llama filosofía de la cruz. Filosofía de la cual se desprende el papel de buscar fundamentos desde la “des-fundamentación de los procesos ideologizadores”. Gracias a esta des-fundamentación he estado aprendiendo a mirar al otro como otro y a mirar al otro que soy yo mismo; pero como otro sagrado (lo sagrado considerado como la realidad que soy lejos de la lógica del ser fundamentador de sistemas subyugantes; lejos de quienes erigen a Dios como fetiche). Hombre sagrado absolutamente otro distinto de la mismicidad impuesta; realidad a convertirse en camino hacia el infinito inspirando a ser mejores que buenos en un mundo de justicia solidaria. En efecto, la realidad humana que se revela y pide justicia; el ser humano (como acostumbramos a decir) cuando entra en contacto verdadero con el otro (el ser humano es alteridad y, por lo tanto, fundamento de heteronomía más allá de la voluntad de poder) puede transfigurar la realidad monocorde e impuesta.


Transfigurar la realidad monocorde, he ahí un camino a vivir con intensidad. Camino convocando a desear dejar atrás la nadería y el vacío de pretender atisbar el infinito como mera abstracción ajena a los ojos de las realidades humanas. En esa perspectiva y debido a la alteridad que soy, gracias a la discusión metafísica de los fundamentos (la expresión es de I. Ellacuría) de mi manera de pensar y de mis creencias escribí un poema comprendido en mi libro “El milagro de tu voz distinta”. Libro editado y publicado por el ITESO en noviembre de 1999. En el tiempo de escribir los poemas ahí comprendidos, estaba pasando por el periodo hasta ahora quizás más difícil de mi discusión con “Dios” y fue la escritura de poesía –con su componente social explicito o implícito—la que me sirvió de soporte para soportar dicha pelea. Sí, la escritura de poesía es horizonte que me ayuda a vivir. De este horizonte comparto aquí uno de los poemas incluido en ese libro (Véase Mérida, El milagro de tu voz distinta, 1999, p. 23) pues lo considero en concordancia con lo que aquí voy tejiendo.

El mar tejió un camino

1
Se acrisoló el agua bajo innombrable saber
Y ficción donde odio ya no ahoga los sueños
De abismo a cima
Tu nombre
Misterio de los rostros
Cuando cizaña ahoga
Te transformas en filo
Tu fuerza es sed de montañas
Fuego de mirar profundo
Brota celeste a tu palabra
Mientras señor del Arco Iris se levanta
Arde pretérito presente
Suben ríos amargura
Indicio de llegar donde las olas
Y apacentar el alma transfigurada en pez

2
Un día todo calla
Sinaí Moab Siquén: tu corazón ilógico
Montaña donde amanece lo sagrado
Toda la tierra entre vida o muerte

Un día todo calla
No tu deseo de infinito
Cabalgata en el desierto de las voces
Marchas
El hombre se adentra en tu mirada
Avanza su ser barro
Principio y fin parten la roca
Manantial donde se nace

Frente a razón eriges una tienda
Sus pétalos al viento desmienten estatuaria
Y en arca alianza se inscribe la sonrisa

3
Corazón que das la cara
En ruta de tus ojos viajan siglos
Tejió el dolor tu entrega al sacrificio
Púrpura signo de encontrarse
Profeta flor entre la arena

Tu nombre se escribe en arrecifes
Cada humillado tú como un espejo
Los sin aliento tú canción de eterno
Cirio fulgor del paso hacia otra orilla
Oveja arrastrada al matadero

4
El tiempo aposenta en las cenizas
Humanidad se hunde en humareda
Sabiéndose de otro lugar camina escombros
La luna: luto entre sus horas
Entre la arena tu voz construye estrellas
Tu voz distinta y aún distante
Tu voz apedreada por la lógica
Tu voz que rompe desmemoria

5
En la tumba quedó sepultada la palabra
Y brotó a luz quien tiene nueva la mirada
Y naces entre ladrones amantes de lo puro
Eres sangre de Caín en guillotinas
Tu grito es Job vestido de miseria
¿Por qué tus llagas llagan el camino?
¿Resucitaste?
Jamás pregunta el mar
Ni rostros de hombres que trasegan
Un poema que ansía proclamarse:




Para el Filósofo latinoamericano Ignacio Ellacuría no sólo la filosofía tiene el papel de ayudar a vislumbrar caminos de emancipación, pues le hace justicia a la poesía, la novela… en suma, a la creación artística latinoamericana, como cuando dice: “…No basta a la hora de cumplir una función liberadora con hacer crítica de elementos que en ellos puedan ser retentivos, ocultadores o simplemente distractivos, sino que hay que crear, dar respuestas positivas o, cuando es el caso, decir positivamente porqué hay que callar. La realidad histórica latinoamericana y los hombres que la constituyen necesitan estas preguntas y es posible que en su preguntar lleven ya el inicio de respuestas, que necesitan tal vez mayor elaboración conceptual, pero que es seguro están cargadas de realidad y de verdad. Tal vez esa realidad y verdad ya la han expresado en cierta medida poetas, pintores y novelistas; también la han expresado los teólogos. Queda a la filosofía el expresar y reelaborarla al modo específico de la filosofía, cosa que no se ha hecho de forma mínimamente satisfactoria.” (Ellacuría, op. cit. p.19).

En mi oficio de escritor a veces me he orientado hacia lo que no se puede decir; para intentar percibir lo otro como alteridad. Alteridad imposible de ser comprendida desde las trampas de las cruces impuestas. La fe en un ser nuevo en un mundo nuevo, me conduce a respuestas no agotables por la racionalidad y en esto me siento revindicado por Ignacio Ellacurría porque conozco filósofos que desdeñan la creación artística presos como están en el cartesianismo y la soberbia entre otros horizontes donde bailan como títeres. Por tal motivo, el ser inalienable: el que sufre cruces impuestas, es referencia a una iniciativa no sólo en mi presente porque ese otro necesitado de justicia, se encuentra atrás, adelante y junto a mí… y no pienso abandonar su rostro en mis creaciones.


III

“La crítica de lo que somos sea al mismo tiempo análisis histórico de los límites que se nos imponen y experimentación de la posibilidad de transgredirlos.” (M. Foucault).


En el borrador de trabajo del filósofo latinoamericano Ignacio Ellacuría: Función liberadora de la filosofía existe, pues, una clara preocupación por denunciar sistemas que subyugan mediante mecanismos de ideologización. Sistemas prestos a ocultar al hombre deseoso de un mundo de paz cifrada en el respeto a la dignidad. Sistemas que, desde la óptica Foucaultiana, han sido impuestos en detrimento de una corporalidad liberada; pues el poder del sistema nos ha conducido a un horizonte impositor de cruces y no nos permite ver el rostro de quienes las sufren. Es tarea del filósofo comprometido con la realidad (pero también del artista) no perder tiempo en verborreas mentales y disquisiciones abstractas para, así, dedicarse a la tarea de des-fundamentalizar mentiras vendidas como verdades y donde se ha impuesto el yo (como voluntad de poder) de quienes dominan y nos condenan a arrastrarnos en calvarios.

Ignacio Ellacurría, quien en vida fue filósofo de verdadero compromiso con los que sufren, en su borrador de trabajo en cuestión (y en lo demás de su obra tanto filosófica como teológica) se erige en enérgica y preclara voz de quien sueña una corporalidad liberada al proponernos un método que consiste en, gracias a la “inconformidad con lo omnipresente develar la nada de lo ideologizado”. Método que como él mismo señala, no es paso del realismo al idealismo, sino del fisicismo al subjetivismo real donde no debe abandonarse lo histórico.

Para poner fin a este escrito y continuar con el tema en otro tiempo a desatarse, puedo decir en consonancia con I. Ellacuría y utilizando los versos del poeta José Gorostiza: no está mi ser para ver la nada, pues es el servicio al otro desde distintas perspectivas (perspectivas que también atañen a la creación literaria y al arte en general como hemos visto) lo que podría darle sentido a la existencia y, tal vez, éste sea el horizonte de mayor fuerza para superar vacíos.



[1] Y, por otra parte, sin ánimo de querer actuar de manera abrupta, a partir de este momento, dejaré de decirle Dios a mi ansia de infinito y me quedaré solo con la palabra infinito. Desde hace ya algún tiempo vengo cuestionando mis creencias y no soy de las filas de quienes creen y ya no se cuestionan nada y me sorprenden los que en un dos por tres pueden dejar de creer y no les pasa nada… yo no soy ni de los primeros ni de los últimos aquí caracterizados.

[2] Antoine de Saint-Exupery en su obra Le petit prince (1967) escribe sobre el agua que es buena para el corazón. Véanse, al respecto, los capítulos XXIV y XXV. De la parte traducida en este trabajo, soy responsable.

[3] Texto por demás iluminador ya que es del tipo donde encuentro respuestas a lo que mi realidad sentiente necesita en este ahora y aquí; respuestas que también estoy encontrando en mi relectura del texto Más allá del bien y del mal de F. Nietzsche, La microfísica del poder de M. Foucault y en una relectura con mirada filosófica del texto sobre Job, comprendido en la Biblia de Jerusalén, entre otras. Véase ELLACURÍA, Ignacio. (1985). Función liberadora de la filosofía (Borrador de trabajo). México: Iteso.

[4] Véase ELLACURÍA, Ignacio, op.cit, donde la criticidad y fundamentalidad son caminos para desideologizar y hallar en el sufrimiento los ingredientes para liberarse.

[5] Lo de la explicación del hombre como realidad inteligente sentiente se encuentra explicado en la trilogía de Xubiri Xavier, (2004). Inteligencia sentiente.


Bibliografía:

AGUSTÍN, st. (2007). Las confesiones. Madrid: Tecnos.

DE SAINT-EXUPERY, Antoine. (1967). Le petit prince. París: Gallimard.

ELLACURÍA, Ignacio. (1982). Función liberadora de la filosofía. Guadalajara, Jalisco, México: Biblioteca del ITESO,

FOUCAULT, Michel. (2002). Vigilar y castigar. México: Siglo XXI.

FOUCAULT, Michel. (2000). Historia de la sexualidad: la voluntad del saber, vol. 1. México: Fondo de Cultura Económica.

MORIN, Edgar. (1973). Le paradigme perdu: la nature humaine. París: Editions du senil.

MÉRIDA, Martín. (1999) El milagro de tu voz distinta. Guadalajara, Jalisco, México: ITESO.

XUBIRI, Xavier. (2004). Inteligencia sentiente. Madrid: Tecnos.



No hay comentarios.: