viernes, 30 de enero de 2009

El muchacho de cabellos color verde entre las flores del mal

(Aquí expongo mis palabras, dichas durante el Symposium sobre Literatura y Adicciones en el Colegio de Jalisco, el día 27 de julio del 2008).












Dentro del symposium sobre Literatura y adicciones,[1]me corresponde hablar del muchacho que se teñía el pelo de color verde y cuyos ojos clarividentes denunciaban la nada impresa en una época acostumbrada a juzgar con colmillos moralistas. Pintarse el cabello de color verde, fue parte de su heme aquí difícil de comprender con un manotazo de interpretación conceptual. Al respecto, dicho sea de paso, soy testigo de seres que subrayan tanto su diferencia hasta quedar sin ojos para mirar que todos somos diferentes. Pero Charles Pierre Baudelaire[2], el poeta en cuestión, no padecía la enfermedad de quienes no sólo no saben mirar al otro, sino que lo empujan para atropellarlo;[3] pues, en plena época atestada de azúcar romántica (donde se ofrecía amargura a pobres y humillados) escribe poemas desafiantes de miradas acostumbradas a engrilletar realidades en calabozos conceptuales. Por otra parte, es legítimo que los seres busquen trascendencia construyendo diversas maneras de subjetividad.[4] Pues bien, por más extravagante que a alguien pudiera parecer su manera de abrirse al mundo, el muchacho Baudelaire trascendió tanto en el horizonte poético como en su extraordinaria crítica social (ojalá que todos los seres gustosos de pintarse el cabello, las uñas, la cara o donde mejor les plazca, prestaran su voz a marginados en el horizonte de mundo hundido en la sordera).

Yo carga tal no soporto:
Sísifo, dame tu valor;
que aun cuando lucho con vigor
el Arte es largo, el tiempo es corto
… (LA MALA SUERTE).

Si fuera forzoso encajar algún marco conceptual para describir el libro de vida de este poeta, podríamos decir que alude a sufrimientos propios de un Chivo expiatorio. En efecto, digno hasta las consecuencias últimas: Baudelaire, a pesar de vivir situaciones de extremo sufrimiento, nunca buscó la felicidad de los puercos; antes bien, el dolor que experimentó no le impidió brotar flores reinvindicadoras de la luz de lo oscuro; flores provocando incomprensión de quienes imponían rutas al oficio de escribir poemas.

Como ha sucedido con muchos de nuestros genios maltratados, Baudelaire, desde muy temprana edad, se supo signo de contradicción en un enfermo horizonte de mundo. Sí, Charles Pierre Baudelaire fue signo de contradicción como Sócrates, Rimbaud, Mozart, Nietzsche y tantos otros. Por ello, ante el tiempo pudriéndose el alma por su adicción al dios-dinero, no me toca condenar desde esa totalidad cerrada a un hombre que, además de haberse pintado el pelo de color verde y tener sus propias adicciones, escribió poesía social que continúa estremeciendo los siglos. Poesía cuya fuerza desenmascara el reloj de una modernidad asesina de la cual no hemos podido arrancarnos por mas postmodernos que nos asumamos.

¡Reloj, deidad siniestra, inmutable, impasible,
Cuyo dedo amenaza y nos dice: “¡haz memoria!”
Bien pronto en el combado círculo de tu gloria
Plantarán los dolores su dardo ineludible
… (EL RELOJ).

Contra la doble moral (adicción de los hipócritas) y la censura a las expresiones de su escritura, el poeta-guerrero defendió sin tapujos que la poesía no tolera cárceles ni almidonamientos. Debido a ello, sus poemas no son entelequias ni palabrería en búsqueda de complacencia.
Muchos poemas de Baudelaire manifiestan su compromiso con los despreciados; aquellos que bien quisieran ignorar quienes se pintan de blanco las fachadas, pero se pudren el alma desde burgos reales como los conceptuales justificadores de la razón de la modernidad monótona capaz de producir una literatura mercantilista contra la que, este auténtico poeta, abrió las puertas de su refugio intersubjetivo para ofrecernos Las flores del mal (1999): obra conteniendo, en su versión definitiva, 151 poemas que nadie ha podido borrar. En estas flores encontramos una crítica al tiempo como proyecto de mundo que se impone[5] ocasionando dolor en quien (como el yo poético Baudeleriano) lo percibe vuelto maquinaria destructora de las posibilidades de ser.

¡Oh, Dolor ! Hila el Tiempo su gran tela de araña
y el Enemigo obscuro, que nos muerde la entraña,
Crece y se nutre con la sangre que perdemos
... (EL ENEMIGO).

Sólo cinco años atrás de la aparición de Las flores del mal, Federico Nietzsche había escrito “Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado” No sé si Baudelaire había leído a Nietzsche, pero sorprende ver como poeta y filósofo ponen el dedo en la misma llaga: la destrucción de la alteridad por medio de la imposición de un tiempo (el europeo) que hilando su tela continuaba tejiendo una empolvada lógica de muerte. Lógica de muerte como teje y maneje propios de una “araña” ante la que el yo poético se revela como exterioridad tratando de librarse de ese modo de hilar. Desde esta perspectiva, el yo poético bien puede ser visto como otra flor del mal y en el sentido donde quienes son considerados malos por una mirada totalizadora, unos ojos liberadores los descubre llenos de bondad.

Muchas joyas duermen enterradas
en las tinieblas y el olvido
completamente lejos de azadones y sondas
… (LA MALA SUERTE)

El yo poético, entre los múltiples rostros de flores colocadas en el florero del mal, es quien pone en evidencia algún hecho indigno (“¡Oh, Dolor! Hila el Tiempo su gran tela de araña”) con una subsecuente protesta que a veces es queja y, en otras ocasiones, toma la forma de plegaria. Protesta, queja o plegaria que al evidenciar barbaridades, traduce un tiempo que no permite vivir en plenitud: tiempo envuelto en el tedio hacia la destrucción. Ante esa manera monocorde de vivir, el poeta se presenta, como exterioridad que genera resistencia entre los considerados miserables e intuye que tiene derecho, como todo ser humano, a vivir su propio proyecto de vida.

Tres mil seiscientas veces en cada hora el segundero grita:
“¡Haz memoria!” Mueve las antenas vibrantes
de mosquito y añade: “Ahora, yo soy antes
y mi trompa le chupa toda la sangre al mundo
… (EL RELOJ).

El poemario Las flores del mal, entre múltiples horizontes de interpretación, bien puede experimentarse vuelto puente donde late la propuesta de una realidad distinta a la que devora el corazón del hombre; realidad como gracia para escuchar los rostros de quienes sufren las consecuencias del poder dominador.

Que el espíritu del muchacho que alguna vez se tiñó los cabellos de color verde, siga diciendo su No contundente a lectores tales como poetas, escritores, políticos, filósofos, psicólogos, etcétera; si la intención de éstos, fuera colocarse en floreros de ornato para complacer a gusanos en templos de lo indigno.

Pero si sabes contemplar,
Sin espantarte, los abismos,
Lee y aprenderás a amar
…(EPÍGRAFE PARA UN LIBRO CONDENADO).

[1] En efecto, el presente escrito fue mi ponencia durante el Symposium sobre Literatura y Adicciones en homenaje al escritor jalisciense Enrique Macias. El symposium estuvo organizado por DIF Zapopan, Secretaría de Cultura de Jalisco, El Colegio de Jalisco, Literalia editores y el Periódico Cultural “La Manzana.” Mi participación se efectuó el día 27 de junio del 2008 y fue una más entre las propias de María Esther Guzmán (La pasión por la madre); Rosa Chávez Cárdenas (Paranoia y adicción) y Blas Roldan (la videoadicción alcoholizada.) La mesa fue coordinada por Patricia Medina, directora de la editorial Literalia.

[2] Ya sabemos que Rimbaud, Verlaine, Mallarmé, Tristán Corbière, Jules Laforgue y Charles Cros (a mi parecer jamás decadentes como muchos suelen decir sobre ellos) siguiendo a Baudelaire, se opondrán al parnasianismo; desencadenando a la poesía del tedio implicado en las cadenas de las formas clásicas. Nuestros poetas, además, serán los pioneros en decirnos a través de su poesía, que la realidad es simbólica

[3] Con lo que aquí vengo diciendo, no pretendo abarcar el amplio horizonte de sentidos que podríamos hallar en los poemas escritos por el poeta rebelde que sufrió la humillación y la intolerancia de un París embobado con el artificio de la industria bajo el imperio de una Burguesía que privilegiaba lo inauténtico.

[4] Sólo en una sociedad moralista como hipócrita, se señala con crueldad aspectos tales como ciertas maneras de vestir o de llevar el cabello mientras se calla ante el crimen o la deshonestidad de quien roba el crédito público, por ejemplo. Cada ser humano tiene derecho a crearse a sí mismo (en lo que pueda, pues somos entes sociales) siempre y cuando tenga claro que los otros tienen el mismo derecho y existen formas éticas para no hacernos la guerra. Sobre el deseo de trascendencia como forma de subjetividad, recomiendo la lectura de LEVINAS, Emmanuel, (1997). De la existencia a lo existente.

[5] Sobre las imposiciones del poder, véase: FOUCAULT, Michel, (1981). Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión.
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Bibliografía:
BAUDELAIRE, Charles, (1999). Las flores del mal. Madrid: Mestas.
FOUCAULT, Michel, (1981). Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. México: Siglo XXI.
LEVINAS, Emmanuel, (1997). De la existencia a lo existente. Madrid: Arena Libros.

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