lunes, 9 de junio de 2008




Sobre el escritorio de mi oficina donde me encuentro en días laborales si no estoy impartiendo algún curso o si algún curso no me está impartiendo: descansa una ballena que no aparenta su peso. El cetáceo se mueve a sus anchas junto a un trozo de sandía. El mar de mis deseos lo ha puesto ahí porque una sandía con todo y abismo en sus semillas, tiene la resurrección marcada hasta en la punta de su verde. Digamos que la sandía es mar de buenas nuevas. ¿Qué más puedo desearle a mi ballena? He escrito varios poemas sobre ballenas y uno de ellos aparece en mi poemario El país de la mirada. Poemario editado tanto por UAN como por LITERALIA. Se trata de un poema para niños y en lugar de que yo me disponga a decirlo; aquí lo dejo hablar, pues tiene vida propia y a la libertad hay que dejarla libre.

Jonás creó una ballena

Dentro de ese pez un hogar

En un instante de tres días

la ballena creó a Jonás

Trala lí Trala la lá




Jonás poeta pintor

el vientre de la ballena escribió

y en el corazón mamífero

una rosa dibujó

Tra la lí Tra la ló



Jonás convirtió en libro

al colmilludo animal

De la gruesa piel brotaron

blandas hojas de papel

Tra la lí Tra la la lá



El libro ballena es

de barcos con aventuras

Y náufragos que no morirán

Tra la lí Tra la ló



Niño si por tus sueños

En Nínive ves a Jonás

Entrégale esta naranja

Que en la cocina olvidó

Tra la lí Tra la lá

La ballena habla tanto que, por ponerle atención, unas universitarias entrevistadoras olvidaron el orden de las preguntas dirigidas a mí que no soy Ismael, el sobreviviente de Moby-Dick (pero de que soy un sobreviviente, lo soy; si no lo quieren creer, vengan y pregúnteselo a mi ballena: bello monstruo que en verdad prefiere vestirse de azul. ) No soy Ismael, pues... pero en gran parte me le parezco. Y, sobre todo, por mi repudio al puritanismo y a las ínfulas de poder.

(Aquí, enseguida, pretendí mostrarles el video con la entrevista; pero ese video se puso más terco que una mula y no lo pude subir por más fuerza persuasiva que gasté. Tal vez me de tiempo de mandarlo a reparar y entonces verán su chiste.)





Sobre el escritorio de mi oficina muchas veces se sostiene el peso de mis brazos, peso que sería insostenible sin --además de ballena, sandía y el carrito que es otra historia-- el acompañamiento de seres entorno al pozo en un desierto del Sahara (y que me hablan de la sed desde una imagen enviada por un amigo cosmopolita sin medias tintas y no cosmopolíta de tintas creadas por lo que ya no dice nada a nadie) y las pirámides de Égipto que no están ligadas a ningún horizonte esotérico --que yo sepa-- sino que me recuerdan la fragilidad de todas las pretensiones.

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