viernes, 6 de abril de 2007

Algo sobre "EL Mito de Sísifo" de Albert Camus en relación con la película "Trainspotting" dirigida por Danny Boyle



Mientras Sísifo espera el autobús*

Por Martín Mérida

(Artículo aparecido en el periódico La manzana No.16, en el mes de diciembre del 2006: Mérida, Martín --2006, diciembre--. Mientras Sísifo espera el autobús. La Manzana, pp. 7-8 ).
 

Eran un poco más de las 5: 40 de la tarde del viernes 24 de marzo de este 2006, y en lugar de hacer algo semejante a sentarme en un andén y, así, anotar números de trenes, como dicen suelen hacerlo muchos ingleses para matar el tiempo, espero el autobús 629 “B” con la finalidad de llegar a casa. En ese tipo de esperas he aprendido a remar, leyendo. Y en esa ocasión leo El Mito de Sísifo de uno de mis autores a quien me aproximé por primera vez cuando realizaba mis estudios de licenciatura en filosofía. El libro de la edición emitida en 1985 fue escrito por el autor argelino-francés, Albert Camus. Pero no lo leo en formato de libro; no. Esta vez me acerco a él a través de más de noventa hojas fotostáticas.

Estaba, pues, fascinado en la lectura y marcaba, con color amarillo fosforescente, frases cual respuestas esperadas en estos días inyectados con dosis de prisa y ruido: ¡vaya carga de desencanto!.. Desencanto que poco a poco voy convirtiendo en barca para otro cambio en mi existencia; tal vez extraiga fuerza de la nada.

Mientras leía, como niño lleno de ensueños después de mirar una película de hechizo, dije para mis adentros: quiero rescatar tesoros del absurdo; sí, deseo asimilar la dimensión del hombre absurdo[1]y desde esa perspectiva tal vez tenga tiempo de ser Sísifo feliz. Pensaba de esa manera cuando en mi lectura llegaba a la última parte del capítulo llamado La libertad absurda. Ni bien acababa de leer las últimas cuatro palabras del párrafo: se trata de vivir, cuando un viento repentino, burlón me arrancó de las manos todas las hojas. Las hojas volaron por lo ancho de la avenida Aviación, de la ciudad de Zapopan, Jalisco, como poniéndole dientes de conejo al viento. En medio de ese remolino dije la palabra fiel servidora para descargar mi furia contra lo a veces patán del absurdo: Merde! Sí, dije ese vocablo en francés como un automatismo y no sé si para aminorar las diversas imágenes que pudieran suscitarse en quienes eluden ese tipo de sonidos, o por costumbre. En ese rapto un prodigio abrió sus puertas, pues las personas en espera del autobús: obreros, mujeres con niños en brazos, niños liberados de los brazos maternos, estudiantes mexicanos y extranjeros, parejas de amigos; novios y tal vez algún extraterrestre: sin rumiar se lanzaron a la calle a recoger mis hojas. Aún el semáforo no había encendido el rojo y ellos pararon el tráfico con amables ademanes. El sonido infernal de los cláxones se escuchó como si los conductores nos estuvieran lanzando piedras a la cara. Cuando también me miré recogiendo las hojas, de manera alterna observé cómo algunas personas con grandes esfuerzos las extraían de debajo de los autos. Terminados esos instantes, de rebelde magia abrumadora, exclamé no me acuerdo si en voz alta: Gracias a todavía no haber muerto, puedo dar fe de este acontecimiento. En efecto, aunque no se trata de la mayoría de las veces, descubro la tierra desenterrada en acciones donde la conciencia pospone al ego y entonces los humanos devenimos árboles de tan dadivosos. Pero como estos sucesos no se dan por carretadas, necesito luchar, como Albert Camus, por vivir sin racionalidades aún cuando la realidad imperante amenaza con enterrarnos sus dientes de perro.

Lleno de ese ahora y aquí en la tierra de ese día viernes, di gracias con nuevas palabras. La gente sonreía y, poco a poco, saliendo de instantes alterativos de lo acostumbrado, reanudaron sus pláticas y movimientos anteriores a mi zambullida en la lectura camusiana manoseada por el viento. Y mientras reorganizaba el texto con algunos folios ahora marcados por suelas de zapatos, un extranjero advirtió el titulo de la obra de fotostático color borroso. ¡Se trata de El-mito-de-Sísifo! —deletreó con sonriente acento inglés de Inglaterra.

Segundos antes de experimentar ese viento payaso carcajearse en mi cara, leía el párrafo donde dice:

Pero es malo detenerse, difícil contentarse con una sola manera de ver, privarse de la contradicción, la más sutil, quizás de todas las formas espirituales. Lo que precede define solamente una manera de pensar. Ahora se trata de vivir” (Camus, 1985: 87).
 
Con la carga emocional de lo acontecido y enlazado al ritmo particular de mi lectura, ya dentro de la panza del camión alcancé a sentarme cerca del lado donde el chofer dejó un sucio trapeador desprendiendo olor a creolina. En ese interior, poco hospitalario, con los ojos de la imaginación me dispuse a platicar con Mark Renton[2] el personaje tejedor del hilo de la película Trainsportting[3]cuyos efectos, por primera ocasión, se desplegaron en mí durante una muestra de cine internacional en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, cuando recién se estrenaba en múltiples salas de nuestro planeta y sobre la cual no he podido borrar la imagen donde Renton es tragado desde la cabeza hasta los pies por un inmundo retrete a causa de buscar una droga en forma de supositorio. En aquella ocasión declaré con convencimiento de hacerme todavía temblar: Gran parte del mundo es un sucio retrete donde el hombre se hunde en busca de drogas. Y todavía no he cambiado de opinión. Pero, lo admito, desde hace ya algún tiempo la vida me hace constatar un mundo paralelo y distinto a ese donde el bien y el mal se ponen en complot para asesinar no sólo a los humanos; se trata del horizonte con rostro de quienes sirven tratando de amarrar al ego; horizonte donde las personas saben despojarse de esperanzas tontas y viven esta vida como “agarrar al toro por los cuernos”.
 
En Traisportting, Renton dice con cerebro convencido mientras su cuerpo y el de sus “amigos” a gritos delatan lo contrario: “Cuando no te inyectas heroína estás obligado a preocuparte por pendejadas.”
           Tal vez ese personaje quiso nombrar con ese término a los sin sentidos llenando el tiempo; por ello hace bien al mencionar, en su larga lista, a las cuentas bancarias tantas veces llenas de mierda como los espejos de los conquistadores. Pero creer a la heroína salida segura –o cualquier otra droga-- es dar un salto falso más en esta vida llena de saltos parecidos al de la racionalidad cínica que desviando el camino de una ética disruptiva a veces logra revolcarnos en el infierno de lo mismo. Tanto Renton como su madre y demás personajes del filme (Sick Boy, Tommy, Begbie y Spud) son suicidas quienes, parafraseando a Camus, han sido superados por la vida. Sí, esos personajes han caído en la trampa del mismo mundo que niegan; son seres con anteojeras, pues para un hombre sin anteojeras no hay espectáculo más bello que el de la inteligencia en lucha con una realidad que la supera (Camus, ibidem, 75 ).
 
El filme es un amargo reproche al mundo asfixiante; reclamo atinado y sin rodeos desde la experiencia donde el verdugo es el encapuchado consumo de drogas:

“…Elige sentarte en el sofá a ver teleconcursos que embotan la mente y aplastan el espíritu mientras
llenas tu boca de puta comida basura. Elige pudrirte de viejo cagándote y meándote encima de un asilo miserable siendo una carga para los niñatos egoístas y hechos polvo que has engendrado para remplazarte (…)”
La rebelión, la libertad y la pasión que en El mito de Sísifo, de Camus, aparecen como consecuencia del absurdo, bien pueden convertirse en armas para viajar hacia lo hondo y venir a la superficie sin ahogarnos en ríos de artificio. La vida más grande (y no otra vida) no parece provenir de religiones y filosofías casadas con políticas asesinas y mucho menos de rosas desprendidas de estupefacientes jardines. Tal vez sólo declarándose extranjero de lo que pervierte y enajena, quien planeaba ahorcarse decida estrangular la cuerda.[4]
 
 
[1] El hombre absurdo es la razón que comprueba sus límites.
[2] A Renton por poco lo atrapan después de haber cometido un robo en un supermercado. Mientras corre, los objetos de su robo van cayendo a través de una calle de Edimburgo (debe experimentarse como horrible sentirse a punto de ser atrapado y, más, cuando los otros nos creen en falta.) A mí se me caen unas hojas no robadas en esa experiencia donde narro la gratuidad desprendida de las personas dispuestas a ayudarme a recogerlas. Y, no obstante, en esa caída de hojas siento que a pesar de la magia en el servicio desinteresado proveniente de esas más que buenas gentes; me experimenté un poco atrapado en la intolerancia de los conductores ruidosos por sonar cláxones como si fueran animales dueños y señores de la calle.
[3] La película fue lanzada en Inglaterra en 1996; estuvo dirigida por Danny Boyle y está basada en la novela del escocés Irvine Welsh.
[4] Aquí parafraseo al poeta Paul Celan cuando en su poema Alabanza de la lejanía, dice: En el venero de tus ojos/ estrangula su cuerda un ahorcado. Vid. Celan. Paul, Obras completas, Madrid, Trotta, 2002. Bibliografía: Camus, Albert, El mito de Sísifo, Madrid, Alianza, Editorial, 1985.
Celan, Paul, Obras completas, Madrid, Trotta, 2002
*Para revisar La manzana no. 16, veáse: http://lamanzana16.blogspot.mx/

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